Toda Aznárez, la reina casamentera

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La reina Toda de Navarra

Toda Aznárez, nacida en Pamplona el 2 de enero de 876, fue hija del conde Aznar Sánchez de Larraín y de Onneca Fortúnez ― curiosamente la abuela de Abderramán III, el califa de Córdoba ― y reina de Pamplona por su matrimonio con Sancho Garcés I.

En el año 956 un monje del monasterio de Saint Gall en los Alpes suizos, en sus Anales, menciona que el 19 de julio de 939 se logró la derrota de un ejército de sarracenos en la batalla de Simancas, para en los días siguientes;

“y en la retirada el enemigo los empujó hacia un profundo barranco, que dio nombre al encuentro (Alhándega), del que no pudieron escapar, despeñándose muchos y pisoteándose de puro hacinamiento: el califa, que se vio forzado a entrar allí con ellos, consiguió pasar con sus soldados, abandonando su real y su contenido, del que se apoderó el enemigo”.

Es decir, solamente se salvaron el envanecido Abderramán III y 49 de sus guerreros, frente a las tropas cristianas castellanas, navarras y leonesas, comandadas por el rey Ramiro II de León. El mencionado monje alude a “cierta reina llamada Toia”, es decir, la incansable Toda, reina de Navarra como artífice de dicha victoria.

Toda Aznárez se casó con el rey navarro Sancho Garcés I, de cuyo matrimonio nacieron siete hijos. La reina, mientras su marido se hallaba enfrascado en múltiples contiendas, se empeñó y logró el diseño de un catálogo de enlaces de sus hijos, con la finalidad de entrelazar la naciente dinastía regia navarra con todos los poderes condales circundantes y en especial con el reino de León. Y, efectivamente, cabe decir que lo logró; Sancha se casó con el rey leonés Ordoño II; Onneca con Alfonso IV y Urraca con Ramiro II. La seguramente menor de sus hijas, Belasquita, se casó en primer lugar con el conde de Vizcaya, Momo, luego con Galindo, hijo del conde Bernardo de Ribagorza y, finalmente, con el magnate pamplonés Fortún Galíndez.

Sin embargo, no acaban con todo ello las andanzas casamenteras de la reina Toda.

Su hija Sancha, enviudó del rey Ordoño II y se volvió a casar, primero con el conde Alvaro Herrameliz de Álava y, de nuevo viuda, en 931 con Fernán González, conde de Castilla, Burgos, Álava, Lantarón y Cerezo, conocido como el Buen Conde.

Y no hay que olvidar a su hijo Garcia I Sánchez; se casó con Andregoto Galíndez ampliando con ello los dominios navarros con el condado de Aragón. Aunque, disuelto tal matrimonio, en 941, el joven monarca se casó con su prima Teresa, hija de Ramiro II y Urraca.

Más adelante su nieta Urraca Garcés, hija de García I Sánchez y Teresa, se uniría, en 963 con el mencionado Buen Conde Fernán González y, viuda de éste, en 970, con el conde Guillermo Sancho de Gascuña.

Y, en vida todavía de la reina Toda, otra nieta suya, Urraca Fernández, fruto del referido primer matrimonio del mismo Fernán González con Sancha, se casaría sucesivamente con los reyes leoneses Ordoño III y Ordoño IV y, por último, hacia el año 962 con el futuro Sancho II Garcés, primogénito y sucesor de García I Sánchez.

Nuestra Toda, sin duda alguna hizo honor a su nombre, ya que, fallecido su esposo, con su hijo García Sánchez de cinco o seis años, hasta que no alcanzó la mayoría de edad, a los catorce años, e incluso con posterioridad, se convirtió en la verdadera mentora de su hijo, haciendo frente a los complejos problemas y relaciones del reino navarro con la nobleza y, en especial, con los musulmanes. Un acontecimiento resulta llamativo en la vida de la reina navarra.

Alegando arteramente los lazos familiares de su madre Ónneca, abuela de ‘Abd al-Rahmān III, consiguió mediante una entrevista celebrada en Calahorra, en julio de 934, que el califa cordobés reconociera de manera expresa como señor de Pamplona y sus tierras riojanas de Nájera a García I Sánchez, a cambio de una fidelidad política que, tácita pero significativamente, descartaba el vínculo de dependencia representado por el tributo anual debido teóricamente al Islam. Tres años después, considerando que los pamploneses habían roto aquel pacto al apoyar una rebelión del valí o gobernador tuyibí de Zaragoza, el califa cordobés, Abd al-Rahmān III, procedió a asolar en dos incursiones los márgenes fronterizos de los dominios de la “bárbara” Toda, como la denigra un texto árabe. Tras el asedio y rendición de Uncastillo, continuó las rapiñas por las tierras próximas, “hasta el corazón del país”, para salir por Tafalla, no sin haber prendido fuego a la población. Con cuantioso botín y muchos cautivos el destacamento sarraceno de Abderramán III regresó por la fortaleza de al-Monastir o Almonasterio, cerca de San Adrián, “en el confín del país de Pamplona”, donde se entregaron y fueron decapitados el “conde” o alcaide, “uno de los más nobles vascones”, y sus sesenta compañeros.

Sin duda, Toda y su hijo debieron aceptar algún tipo de tregua, a fin de lograr el cese de las hostilidades. Sin embargo, dos años después, navarros, castellanos y leoneses lograron la derrota de Abd Al-Rahmān III, tanto en la ya aludida Simancas como en el barranco de Al-Handaq, Alhándega.

Allà por enero de 951, muerto Ramiro II, las discordias para la sucesión al trono leonés no tardaron en aparecer. La reina Toda, alentó a su nieto, Sancho el Craso, hijo de Ramiro II y Urraca, para lograr acceder al trono. Conseguido su objetivo, pronto tuvo respuesta de la nobleza leonesa al considerar que era inepto para la guerra dada su exagerada obesidad, siendo sustituido por su primo Ordoño IV, nieto también de Toda al ser hijo de Onneca. Sin embargo, Sancho I el Craso no estaba en nada conforme con tal derrocamiento, y cabe suponer que su abuela Toda, tampoco. En el verano de 958 se entablaron conversaciones con Abderramán III, acudiendo los tres miembros cristianos a una entrevista en el mismísimo palacio cordobés.

En tal viaje y ciudad, Sancho I el Craso no solamente fue curado de su obesidad por el médico judío Abū Yūsuf asday ben Shapruţ, sino que también logró la ayuda de las tropas musulmanas que propiciaron la recuperación del trono leonés.

Cuando en 966 murió el rey leonés Sancho I, al cual sucedió su hijo de cinco años Ramiro III, ya se había desvanecido la figura de la octogenaria reina Toda, fallecida en 965. Es el parecer de los investigadores que dedicó los últimos años de su longeva vida a dar informaciones orales, con la continuidad de la también longeva reina Andregoto, fallecida en 972, que facilitaría la preparación del extraordinario corpus conocido como “Genealogías de Roda”, copiadas por allá 992 en el llamado “Códice Rotense”, conservado en la Real Academia de Historia.

No cabe duda de que las mujeres de aquellos tiempos ejercían su papel de madre y esposa con total entrega, dejando su impronta en la historia de España.

Francisco Gilet

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