Han sido más de 500 años de fomentar un odio y rencor viscerales contra España.
Cinco siglos de escarnio, vituperio, abyección y desprecio de todo lo español.
España era el país en el se comían crudos a los niños. Hay dibujos, panfletos, y hojas volantes, realizados en Holanda en los que se ridiculiza al Duque de Alba comiendo niños crudos y vivos.
Han sido tiempos oscuros, negros y vejatorios para España y todo lo que de ella procediese.
El traidor, felón y perjuro Guillermo de Orange, vasallo de Felipe II, se levantó contra él, y fue uno de los iniciadores de la perniciosa Leyenda Negra.
Pero hemos de partir del presupuesto de que, aunque parezca una aberración y contradicción, esta dañina leyenda no la inventaron los enemigos de España.
Esta nace a partir del alevoso comportamiento del Secretario de Felipe II, Antonio Pérez.
Aunque nuestro propósito no sea rememorar y traer a colación, esta nefasta leyenda, si hablaremos, aunque sea muy someramente de sus iniciadores.
El primero en difundir secretos de Estado, militares, de armamento y de otro cualquier tipo que se lo solicitasen, fue el inicuo Antonio Pérez que, por haberse visto implicado, no en la ejecución material del hecho, sí parece que fue el promotor, instigador y encubridor del asesinato del Secretario de D. Juan de Austria.
Distintas razones que no expondremos hicieron que huyese de España y se refugiase en Francia, desde donde se dedicó a propalar inexactitudes, cuando no mentiras, sobre España, además de revelar secretos de Estado y armamento español.
Manifestaciones que extendió también a Inglaterra, proporcionando a las dos potencias, entonces acérrimas enemigas de España, material oculto y reservado, para favorecerlas en sus ataques contra España.
Otro que posibilitó que esta nefasta leyenda se propagase y diese pábulo a los enemigos de España para seguir difundiendo inexactitudes, o mentiras flagrantes, fue el nunca bien denostado fraile dominico Bartolomé de las Casas, quien en su libro Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, hace unas afirmaciones graves y genéricas, como él mismo reconoce que “es una muy difusa historia que de los estragos y perdiciones se podría y debería componer”. Sus datos son inexactos, genéricos y faltos de referencias para que sean comprobables. La cifra que da de los que habitaban aquellos parajes es tan desorbitada que parece soñada en un desvarío onírico.
Tímidamente y como con cierto pudor, poco a poco, se están produciendo manifestaciones de historiadores que desmontan la siniestra Leyenda Negra, aportando datos verídicos extraídos de documentos, que es de lo que adolece esta leyenda. Datos en los que se muestra que la labor de España, tanto en la civilización y aculturación de las nuevas tierras americanas, procuró, en todo momento, el bienestar de los aborígenes; para ello solo es necesario consultar la RECOPILACIÓN DE LAS LEYES DE INDIAS. Disposiciones y mandatos de nuestros monarcas en las que se regulaba hasta el más mínimo pormenor de cómo habían de ser tratados los nativos de estos lugares.
Las leyes eran, si no perfectas, nada que sale de la mente humana lo es, por lo menos tenían el buen propósito de que los aborígenes fuesen tratados con la misma preocupación y cuidado que cualquier ciudadano castellano. En ningún momento, se llegó a decir la aterradora frase de que “el único indio bueno, es el indio muerto”, que era la consigna de los anglosajones.
Así fueron las leyes, pero había tantas leguas de distancia entra España y América, todo el Océano, que nadie podía impedir que estancieros que tenían indios trabajando en sus tierras los tratasen, en algunos casos, más como una mercancía, que como personas, y se diesen casos de auténtico despotismo, si no tiranía.
Hoy, en pleno siglo XXI, estamos viendo que se conculcan las leyes, precisamente por quienes más están obligados a cumplirlas que son las autoridades que nos gobiernan.
Ciertamente es así, despacio, lentamente, pero sin demora, se está procurando exponer con la mayor y mejor exactitud posible, cómo fueron los siglos durante los cuales España permaneció en las Américas.
La primera y más importante preocupación de Isabel la Católica era que los indios fueran cristianizados, tenía una bula papal en la que se le recomendaba encarecidamente que así fuese el contacto con los nuevos súbditos de la Corona de Castilla, ya que desde el primer momento, como tales fueron reconocidos por nuestros reyes.
También se está intentando desprenderse del sambenito que han colgado, especialmente los franceses en su empeño de denominar estas, hoy naciones, como un totum llamándolas América Latina. La causa es que, si se reconoce este apelativo, que se origina porque el francés, el italiano, el portugués y tantas otras lenguas más, descienden del Latín, los países que nada tuvieron que ver con el descubrimiento, inculturación y trasvase de los conocimiento que había en Europa en aquel momento, se pueden poner a la misma altura de España.
Congratulémonos, pues, la negra tela de araña que ha cubierto la historia de España se está, la están retirando historiadores y también algunos políticos, ¿por qué no? ¡Albricias!
Con el correr del tiempo, posiblemente esa nefasta leyenda no exista y se reconozca lo que realmente fue la civilización hispana en las tierras que conquistó.
Manuel Villegas Ruiz