Existen hechos históricos llamativos, no por el acontecimiento en sí mismo, y sí por las circunstancias que lo rodearon. En el presente caso lo sugerente no son, solamente, las partes implicadas, sino el nombre que la historia otorgó a un conflicto entre España y Portugal, en el mismo comienzo del siglo XIX. Gobernaba por aquel entonces el «Príncipe de la Paz», el «generalísimo» don Manuel Godoy y Alvarez de Faria, pacense de pro que no solamente regía España, como favorito de Carlos IV, sino también y según la rumorología cortesana, la cama de la reina María Luisa de Parma.
Lo cierto de esta historia es que Napoleón, señor de Europa, ante el descaro de Portugal de no aceptar romper sus relaciones con Inglaterra y cerrar sus puertos al comercio de los barcos ingleses, comprometió a la España de Godoy firmando el Tratado de Madrid, en 1801, por el cual se comprometía el reino español a declarar, junto con Francia, la guerra a Portugal si esta mantenía su negativa a cumplir con los deseos del Emperador francés. Por descontado, Portugal, confiando en su alianza con Inglaterra, se negó absolutamente a aceptar las pretensiones del francés, desencadenando la «guerra de las naranjas». Fueron solamente dieciocho días de beligerancia, entre mayo y junio de dicho año, durante las cuales los ejércitos españoles ocuparon distintas poblaciones portuguesas, entre ellas Olivenza, moviendo la raya fronteriza entre ambas naciones. Todavía hoy en algunos sectores portugueses siguen manteniendo la llamada «Cuestión de Olivenza», señalando la apropiación de esta población por parte del Reino de España desde aquellas fechas.
Portugal tampoco puso mucho empeño en la contienda, puesto que estaba convencida de que España no deseaba ampliar su territorio, sino, simplemente complacer a Napoleón, de ahí que el 6 de junio del mismo 1801 se firmase la paz en Badajoz. España retornó a Portugal los territorios y poblaciones ocupadas, excepción de la susodicha Olivenza y Villareal. La raya entre España y Portugal se fijó en aquella zona utilizando el curso del río Guadiana, aceptándose de hecho, aunque, como queda dicho, no de derecho por la «Cuestión de Olivenza». Y aunque figuraba en el acuerdo la cesión portuguesa de varias de sus provincias para poder exigir a cambio la devolución a los ingleses de Mahón, de la isla Trinidad y de Malta, Carlos IV no puso firmeza alguna en su exigencia de cumplimiento, con el subsiguiente enfado del Emperador francés.
Y en medio de todo ello, cuando el asedio de Elvas por las tropas de Godoy, el favorito y futuro «generalísimo» tuvo la ocurrencia de mandar un ramo de naranjas a la reina María Luisa de Parma, detalle que otorgó el curioso título a la contienda. Debió ser todo un detalle por parte del favorito hacia una reina que, además de una vida privada casi inexistente, en su condición de reina, tuvo trece embarazos y once abortos, dando a luz a catorce hijos, siete de los cuales murieron. Quizás el chismorreo no fue sino una felonía más de Fernando VII, capaz de fraguar un motín de Aranjuez y del retorno del absolutismo, con la derogación de la Constitución de Cádiz. Poco caballeroso el monarca, inicialmente «El Deseado» y luego «Rey Felón», se contrapone con la conducta de Godoy, quien en sus Memorias eleva su caballeresca queja contra aquellos que le adjudicaban una relación carnal con la Reina María Luisa: «En mi vida entendí de guitarra, ni de cantar, ni podía acudir a esas habilidades, que no tenía, para sostenerme en la corte. Yo diré pocas cosas sobre esto, y observaré el decoro que requiere su memoria, como conviene entre españoles». Sean verdad o no, lo cierto es que la intención de aquel Godoy que mandó un ramo de naranjas a María Luisa llenó sus palabras de nobleza.
Francisco Gilet.
Bibliografía
War of the Oranges. In Encyclopædia Britannica, 2005 (Encyclopædia Britannica Premium).
Memorias críticas y apologéticas para la historia del reinado del señor D. Carlos IV de Borbón. (Consultables en Google Books). Manuel Godoy.
Fernando VII. Un rey deseado y detestado. Emilio La Parra López.