Nos hallamos a las puertas de referirnos no a una leyenda, no a un mito, no un suceso más o menos imaginario, llámese Covadonga o Clavijo, sino ante un acontecimiento del cual existe documentación suficiente para acreditar que, desde esa batalla de Simancas, por allá agosto de 939, puede considerarse iniciada realmente la Reconquista. Las tropas de una coalición cristiana comandada por el rey Ramiro II de León, se enfrentó a las del califa de Córdoba Abderramán III, en las proximidades de dicha ciudad, en la actual provincia de Valladolid, para acabar en un desconocido paraje denominado Alhándega, según los cronistas musulmanes de aquellos tiempos.
El califa cordobés decidió proclamar la Guerra Santa, convocando a sus fuerzas en una campaña denominado del Supremo Poder, con un objetivo determinado, conquistar el centro del reino cristiano de León, es decir la ciudad de Zamora. Desde los minaretes del Califato y del norte de África, se llamó a la guerra santa a la Yihad. Miles y miles de files, acudieron para alistarse en el ejército y aportar dinero, comida, armas, caballos con los que combatir al infiel leonés. Es decir, no se trataba a las denominadas aceifa, sino de una campaña plenamente definida, siendo así que Abderramán incluso ordenó que, desde los minaretes de la mezquita mayor se cantase la oración de la campaña, así como la de acción de gracias, adelantándose a lo que se consideraba el anuncio de una victoria.
Así, lo que algunos historiadores consideran el mayor de los ejércitos, con soldados pertenecientes a todas las provincias del califato, Zaragoza, Mérida, el Algarve y del norte de África, e incluso con un gran número de fuerzas eslavas, conformando una tropa de más de 100.000 hombres. La batalla se inició el 1 de agosto del 939 cuando ambos ejércitos se encontraron en los campos de la ciudad amuralla de Simancas. Un hecho acaecido días antes, el 19 de julio, causó espanto y estupor entre ambas fuerzas, presumiendo que se hallaban ante una señal de mal augurio; un eclipse total de sol que desapareció de la vista de aquellas numerosas tropas. Un augurio que anunciaba un terrible desastre, para los cristianos en el bando moro, y para estos en el cristiano.
La inicial embestida del ejército de Abderramán obligó a retroceder a las fuerzas cristianas, que empero lograron superar el envite. Según las crónicas, las desavenencias entre los jerarcas moros producían verdaderos desórdenes en sus ataques y embestidas. Llegado el 6 de agosto, y empero las enormes bajas en las filas cristianas, se mantenían intactas las murallas de la ciudad. Sea por el mal entendimiento o incompetencia de sus generales, sea por las numerosas perdidas en sus tropas, sin que se hubiese alcanzado la conquista de la ciudad, lo cierto es que el Califa decidió y ordenó la retirada, levantar el campamento y retornar a Córdoba para rehacer fuerzas y reacondicionar su ejército. Se trataba de presentarse en su Córdoba vendiendo lo que era un fracaso, como un gran castigo a las fuerzas cristianas del rey leonés.
Sin embargo, Ramiro II, aún con sus incuestionables pérdidas no lo entendió así. Al contemplar la retirada del ejército moro, todavía numeroso, decidió salir en su persecución. Un hostigamiento que se prolongó durante días, provocando el normal desconcierto y estropicio en un ejercito en retirada. Todo ello perduró durante varios días, hasta que los restos musulmanes, con Abderramán a la cabeza, alcanzaron los barrancos de Alhándega. Allí, sin poder precisar su ubicación a ciencia cierta, los ejércitos del Califa cayeron en una terrible emboscada el 21 de agosto por entre los barrancos y gargantas, alcanzándose la mayor victoria por parte del rey Ramiro II de León y el mayor de los desastres en las tropas musulmanas desde inicio de la invasión de las entonces tierras visigodas.
Así lo relata el cronista Ibn Hayyan: « …y en la retirada el enemigo los empujó hacia un profundo barranco, que dio nombre al encuentro (Alhándega), del que no pudieron escapar, despeñándose muchos y pisoteándose de puro hacinamiento: el califa, que se vio forzado a entrar allí con ellos, consiguió pasar con sus soldados, abandonando su real y su contenido, del que se apoderó el enemigo…». Efectivamente, Abderramán, gracias a su guardia personal y a su magnífico caballo logró escapar, para acudir a Córdoba a explicar lo acontecido. Mientras tanto, los cristianos lograban un excelente botín, incluida la malla que se decía de oro del Califa, así como su ejemplar favorito del Corán, compañeros ambos en las aceifas sangrientas con las que había asolado las tierras cristianas durante años.
La victoria de Simancas tuvo enormes consecuencias favorables para el reino de León, pero no tanto para los generales y oficiales moros, trescientos de los cuales, acusados de traición, fueron, cual cristianos, crucificados nada más llegar a las tierras del califato cordobés. Mientras tanto, en el orbe cristiano, la noticia de la derrota de los más de 100.000 musulmanes se extendió, llegando incluso a Bagdad. Tras esta batalla Ramiro II ordenó la repoblación de Salamanca, Peñaranda de Bracamonte, Sepúlveda, Ledesma y Vitigudino. Encargando la repoblación de Peñafiel y Cuéllar al conde castellano Asur Fernández, distinguiéndole con la merced de Conde de Monzón. Y, fundamentalmente, consolido las fronteras durante mucho tiempo permitiendo la repoblación hasta el rio Tormes.
La batalla de Simancas, pues, es considerada como el inicio de la Reconquista, sin quitar mérito alguno ni a Pelayo ni a Santiago Matamoros, en sus respectivas victorias.
Francisco Gilet
Bibliografia
- Rodríguez Fernández, Justiniano (1998). Ramiro II, rey de León. Burgos: La Olmeda.
- Vallvé Bermejo, Joaquín (2003). Abderramán III: califa de España y Occidente
- Ibn Hayyân. Muqtabis V, Crónica del Califa Abderrahmân II