La Meca, enero de 1806
Domingo Badía observa con preocupación el baúl que los soldados del gobernador de La Meca, Ghalib Effendi, le acaban de registrar. Allí guarda toda la información que ha ido recopilando desde que abandonó España para recorrer África, aunque afortunadamente no hay nada que le pueda complicar la vida: desde que abandonó Marruecos ya no ejerce formalmente como espía de Manuel Godoy y en los últimos meses sus inquietudes se limitan a una innata curiosidad por conocer los países musulmanes y, quién sabe, recopilar datos para escribir un libro.
Con esa intención es como ha llegado a La Meca y así está actuando, como un devoto musulmán que ha cumplido desde su llegada con los ritos del peregrinaje de inmediato, incluidas las siete vueltas prescritas al santuario de la Kaaba. Todo eso ha podido hacerlo gracias a la protección que le otorga la falsa identidad que le proporcionó el gobierno español: Alí Bey y a su buen hacer bajo ese nombre, tanto como para ser conocido en toda Arabia, concitando el interés –– y las sospechas –– del mismísimo jerife de La Meca, quien le citó en audiencia para indagar sobre él, una trampa de la que creía haber salido indemne, pero a tenor del calamitoso estado de su tienda después del registro.
En relación con la prohibición de que un infiel entrase en La Meca, escribe, después de descubrir que está siendo vigilado:
Por la más ligera sospecha, el menor capricho, el scherif ordena, y el desgraciado extranjero deja pronto de existir.
Badía está en peligro, algo que no es nuevo en su vida de aventurero. Después de todo lo que ha vivido en Marruecos y en Egipto ya no queda nada de aquel muchacho reposado que dormitaba entre los libros en Córdoba; ahora es el chacal indomable que espía, que inventa, que escribe, siendo esa su último propósito y al que anda dedicando la mayor parte del tiempo.
Y así, Domingo Badía, alias Ali Bey, saca del doble fondo del baúl los planos y descripciones que está confeccionando de La Meca y sigue con su labor.
EL PERSONAJE
Domingo Badía y Leblich nació en Barcelona el 1 de abril de 1767. Hijo de Pedro Badía Castillo, secretario de Bernardo O’Connor Phaly, gobernador de la Ciudadela de Barcelona, y de Catalina Leblich Mestres, barcelonesa de ascendencia flamenca, a los siete años se mudó a Málaga, donde don Pedro serviría primero de secretario al capitán general de Málaga y luego como contador de guerra y teniente de tesorero del partido militar de la ciudad de Vera.
Domingo pasó su niñez en Vera, donde se aprovisionaba a las tropas españolas destinadas en Ceuta y Melilla. Sería allí donde comenzaría a sentirse atraído por el mundo islámico, a través de mercaderes moros y por las diversas travesías que realizó a la costa africana acompañando a su padre.
Se tiene constancia que Domingo recibió una esmerada educación en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, así como en las Reales Escuelas de Química y Física, siendo el encargado de suceder a su padre como contador de guerra en la costa de Granada cuando éste fue ascendido a factor y provisor de los presidios de África.
En 1793, Badía fue nombrado administrador de la Real Renta de Tabacos en Córdoba, donde pronto comenzó a granjearse una modesta fama como científico a causa de sus experimentos sobre el peso de la atmósfera y los principios que gobiernan el funcionamiento del barómetro, publicando los resultados de sus investigaciones en el Correo Literario de Murcia. Más tarde se planteó la construcción de un globo aerostático, aunque sus intentos se vieron frustrados, unos por fuertes temporales de lluvia y viento, otros por incendios…Temiéndose lo peor, el padre de Domingo convenció al Consejo de Castilla para suspenderle la licencia para su construcción.
A partir de ese momento vinieron malos tiempos: huérfano de fama y fortuna, Badía cayó gravemente enfermo, su mujer perdió el hijo que esperaban y sufrió las burlas del canónigo de la catedral cordobesa, José Muñoz y Austria, obligándolo a pedir traslado a Puerto Real como teniente de resguardo de rentas unidas de Puerto Real, empleo muy inferior al que había desempeñado en Córdoba, mientras su suegro se arruinaba pagando la mayor parte de las deudas de Badía para que éste pudiera salir de la ciudad.
Badía vendió casi todas sus posesiones y mandó a su mujer e hijos a Vera, mientras él se ausentaba de su nuevo cargo para marchar a Madrid con la intención de reclamar al Consejo de Castilla una indemnización por las pérdidas ocasionadas por la suspensión de la licencia para construir el globo. Durante su estancia en la capital obtuvo empleo como secretario y bibliotecario de Pablo Sangro y de Merode, príncipe de Castelfranco, y aprovechó para leer libros recién publicados por autores ingleses, franceses y alemanes sobre la exploración de África.
En 1799 tradujo el Dictionnaire des merveilles de la Nature , de Joseph Aignan Sigaud de la Fond. , solicitando su impresión en la Imprenta Real, pues aun en caso de hallarse con escasos fondos, pudiera el gasto reducirse a solo la impresión del primer tomo, con cuya venta puede suplirse a los gastos del segundo, y así sucesivamente.
ÁFRICA
Los libros de aventureros sobre la exploración de África prendieron en Badía el espíritu aventurero Badía, hasta el punto de solicitar fondos del Gobierno para emprender él mismo un viaje de exploración por el interior del continente africano.
El 8 de abril de 1801 entregó a un plan de viaje a Manuel Godoy, en el que proponía comenzar con un viaje de preparación a Londres, donde se reuniría con los científicos y exploradores más renombrados y adquiriría los instrumentos científicos más modernos. A continuación, durante cuatro años, habría de viajar solo y haciéndose pasar por árabe por Marruecos hasta el Sáhara, siguiendo por el sur hasta Costa de Oro, luego atravesaría el continente hasta Zanzíbar, y, pasando finalmente por lo que hoy son Kenia, Etiopía y Libia hasta Trípoli, regresaría a España, todo con el objetivo de investigar la posibilidad de establecer alianzas políticas y comerciales entre aquellas tierras con España. En cuanto al aspecto científico de la aventura, el viaje consistiría en planimetría, cartografía, observaciones geológicas y meteorológicas, recolección de plantas, etnografía y medicina popular.
Por aquel entonces, a Godoy le preocupaba las relaciones entre España y el Marruecos del sultán Solimán, quien no solo había embargado el comercio con España, sino que amenazaba con apoderarse de los presidios españoles de Ceuta y Melilla. El príncipe de la paz sabía de primera mano de las reticencias internas contra el sultán, así que se le ocurrió que Badía podía reunirse con los rebeldes asentados en el sur y ofrecerles el respaldo militar de España para destronar a Solimán.
Badía era el hombre para el caso. Valiente y arrojado como pocos, disimulado, astuto, de carácter emprendedor, amigo de aventuras, hombre de fantasía y verdadero original, de donde la poesía pudiera haber sacado muchos rasgos para sus héroes fabulosos; hasta sus mismas faltas, la violencia de sus pasiones y la genial intemperancia de su espíritu le hacían apto para aquel designio (Memorias, Manuel Godoy, 1836).
Godoy prometió a Badía recomendar su plan a Carlos IV pero antes decidió someter el plan a la Real Academia de la Historia para su asesoramiento. Después de un examen del plan de Badía, los académicos lo rechazaron y mandaron su dictamen al Ministerio de Estado el 14 de junio de 1801, dudando de las posibilidades reales de éxito por lo arriesgada de la empresa, el desconocimiento del idioma por parte de Badía y la ausencia de un compañero que ratificase la veracidad de sus informaciones o informase de una desgracia.
Badía supo contestar muy eficazmente a estos reparos, y el 7 de agosto, Godoy le informó que el rey en persona había decidido aprobar su plan, a pesar de la oposición de la Academia. Sin embargo, los oficiales de las secretarías de Estado y Hacienda se negaron tenazmente a entregarle los fondos para emprender el viaje, hasta que en la primavera de 1802 recibió por fin el dinero y el pasaporte.
COMIENZA LA AVENTURA
12 de mayo de 1802. Domingo Badía, alias Alí Bey Abd Allah, abandonó Madrid el 12 con destino a París, donde pudo reunirse con el astrónomo Joseph de Lalande o el naturalista Jean Baptiste Lamarck.
La siguiente parada fue Londres. Allí hizo construir los instrumentos científicos para el viaje, estudió más a fondo el Islam, con especial atención al sufismo, y se hizo circuncidar.
Alí Bey llegó a Cádiz el 26 de abril de 1803 y el 29 de junio cruzó el estrecho de Gibraltar en dirección a Tánger, donde se presentó como hijo y heredero universal de un príncipe sirio descendiente directo de los califas abasíes que había tenido que huir de la patria por razones políticas. A todo aquel que quería escucharle le contaba que, después de haber recibido una esmerada educación en Inglaterra, Francia e Italia, acababa de heredar el inmenso patrimonio familiar y había decidido ir de peregrino a La Meca, visitando por el camino los países musulmanes para elegir en cuál de ellos se asentaría a su regreso.
La convicción de Badía interpretando al personaje fue tan buena que Alí Bey vio expedito el camino para llegar a los más altos dignatarios civiles y religiosos de Tánger, lo que le dio la oportunidad de sondar la profundidad real de la oposición a Solimán. En octubre, sus planes para provocar una revolución parecían bastante avanzados, pero sufrieron un inesperado revés cuando el sultán se presentó en Tánger, donde conoció a Domingo. Asentado firmemente en su papel, Badía supo rehacerse a aquel revés y se presentó ante él, ganándose muy pronto el respeto y admiración de Solimán, quien lo invitó a reunirse con su Corte en Fez.
FEZ
Alí Bey llegó a Fez en noviembre de 1803, y, como buen espía, comenzó a jugar a una doble banda: durante los meses siguientes fue consolidando su relación con Solimán, hasta el punto de que el sultán llegó a regalarle una casa de recreo llamada Semelalia y una casa grande en la ciudad cuando éste mudó la corte a la ciudad de Marruecos, hoy Marrakech, mientras paralelamente negociaba con los jefes de las tribus rebeldes.
Mientras, en Madrid, Godoy, que recibía puntual información de su hombre, informó al rey de la conspiración, pero en lugar de alegrarse por lo conseguido puso el grito en el cielo al saber que Badía se había aprovechado de la hospitalidad del sultán de aquella manera, por lo que ordenó que se pusiera fin inmediatamente al plan.
De un día para otro, Badía se encontró en una encrucijada: de un lado, Solimán podría enterarse de la verdad en cualquier momento, y de otro, estaba el previsible enfado de los revolucionarios cuando supieran que España los abandonaba. Y en mitad de aquel inesperado giro de acontecimientos, el sultán comenzó a presionarlo para que aceptara una mujer de su propio harén… La única vía de escape que le quedaba abierta era proseguir con su peregrinaje a La Meca.
EN GUERRA CONTRA INGLATERRA
El panorama internacional volvió a cambiar cuando España declaró la guerra a Inglaterra, y Marruecos, a pesar de su fingida neutralidad, comenzó a ayudar en secreto a los ingleses.
Esta vez Carlos IV sí autorizó a Badía a reanudar los planes para una revolución, pero las cosas habían cambiado: Badía había perdido la confianza de los rebeldes, por lo que tuvo que buscar otra solución. Así, intentó persuadir al sultán para que otorgara a Marruecos una constitución que regularizara la sucesión al trono y garantizara la propiedad privada, a la vez que cedía a la presión y se casaba en 1805 con Fátima Mojana. Finalmente, convencido de que Solimán jamás abandonaría su hostilidad hacia España, entró en una nueva conspiración con Muley l’Arabi al-Darkawi, jeque de la importante cofradía sufí darkawiyya.
Tantos giros inesperados fueron minando la cobertura de Badía y al final Solimán comenzó a sospechar. Avisado de la circunstancia, Badía partió para Argel, siendo interceptado en los montes cercanos a Uxda por las tropas del sultán, quienes le escoltaron hasta Larache, desde donde fue deportado el 13 de octubre de 1805. No se permitió ni a su mujer Mojana ni a sus criados acompañarle.
LA MECA
En Alejandría tuve uno de esos pequeños gozos de amor propio que tanto halagan a los escritores. Un rico turco, viajero y astrónomo, llamado Alí Bey el Abasí había oído mi nombre y pretendía conocer mis obras. Le fui a hacer una visita con el cónsul. Cuando me vio, gritó: ¡Ah, mi querido Atala y mi querida René! En aquel momento, Alí Bey me pareció descender del gran Saladino. Pensé que era el turco más sabio y educado que existía en el mundo (François-René de Chateaubriand).
Estando en Chipre, Domingo se enteró del plan británico para destronar al bajá de Egipto Mehemet Alí e instalar a su títere, Elfi Bey. Aprovechando su experiencia y sus contactos, Alí Bey logró frustrar ese plan, marchando en diciembre de 1806 a su próximo destino: La Meca.
Domingo Badía describió con gran detalle todo lo que vio en el lugar más sagrado para los musulmanes, desde las gigantescas caravanas de peregrinos a las hileras de miles de camellos y caballos, las embarcaciones que discurrían por el Mar Rojo cargadas de creyentes o los ritos de la peregrinación, aparte de fijar la posición geográfica y dibujar los templos. Además, también fue testigo de la captura de los lugares santos musulmanes por los wahhabi.
El supuesto príncipe sirio se recrea describiendo con toda pulcritud cada centí- metro de La Meca, sus templos y calles, ceremonias y peregrinos… Emplea una retahíla de páginas para narrar con todo detalle el Haràm (templo de La Meca) y las ceremonias de la peregrinación… Besó la piedra negra celestial de la Kaaba o casa de Dios, dando después siete vueltas alrededor de su torre, mientras recitaba las oraciones marcadas por la tradición. El Makàm Ibrahim o lugar de Abraham, el Bir Zemzem o pozo, el Monbar (tribunal de predicación de los viernes), las dos colinas sagradas, Saffa y Merua; nada escapó al ojo de Ali Bey… ni a su letra. (Sociedad Geográfica Española)
Una vez de regreso en El Cairo, viajó a Palestina y Siria, donde al entrar en aquellos países circunscritos por la propiedad individual, el corazón del hombre se encoge y comprime. Cuanto se gana en seguridad y tranquilidad, se pierde en energía. En Palestina fiscalizó a los franciscanos que administraban los santos lugares con fondos del gobierno español, recomendando que el dinero fuera reducido drásticamente, algo que le granjeó la hostilidad de los monjes. Por otro lado, en Siria descubrió y destruyó una línea secreta que tenían los ingleses para comunicarse con la India.
Por el mes de octubre de 1807 estaba en Constantinopla y desde allí siguió su viaje por el este de Europa, llegando a París el 17 de abril de 1808.
PARÍS Y NAPOLEÓN
Badía estuvo en Bayona en mayo de 1808, cuando Carlos IV cedió el trono de España a Napoleón. El día 12 de mayo mantuvo Domingo una audiencia con el emperador, en la que se ofreció para dirigir una invasión francesa de Marruecos, y debió hacerlo con tanto ardor que Bonaparte decidió investigar la posibilidad de convertirlo en colonia francesa, mientras nombraba a Domingo primero intendente de Segovia (1809) y luego prefecto de Córdoba, cargos que desempeñaría con eficacia. Durante esos años en España escribiría su gran obra maestra: Voyages d’Alí Bey en Afrique et en Asie.
Después de haber empleado tantos años por los estados cristianos estudiando en sus escuelas las ciencias de la naturaleza y las artes útiles al hombre en el estado de sociedad, sea cual fuese el culto o religión de su corazón, tomé en fin la resolución de viajar por los países musulmanes, y cumpliendo al mismo tiempo con el sagrado deber de la peregrinación a La Meca, observar las costumbres, usos y naturaleza de las tierras que se hallasen al paso, a fin de no hacer inútiles las fatigas de tan larga travesía.
En su libro Viajes de Ali Bey en África y Asia, Ali Bey explica con detalle la religión islámica, las costumbres sociales de Marruecos, su arquitectura y economía. Entre sus aventuras cuenta cómo procuró domesticar a un chacal, sus rencillas con los eruditos de la corte del sultán, dispuestos a descubrir su verdadera identidad, detalles sobre leyendas y leyes del mundo musulmán que eran desconocidas por los europeos hasta la fecha y sus aventuras por el Mar Rojo, donde sufrió una tempestad.
Distinguí la voz de un hombre que sollozaba y gri taba como un niño; pregunté quién era y dijéronme que el capitán […]. Viendo entonces el asunto perdido […] grité a mis criados: a la chalupa.
Cuando los franceses fueron echados de España en 1813, Badía tuvo que huir con ellos como colaborador. Una vez asentado en París, arregló la publicación de sus Voyages, editados en 1814.
El libro causó una sensación inmediata, con sus correspondientes traducciones al inglés, alemán e italiano. Proscrito por traidor, su libro no se publicaría en España hasta 1836.
En 1818, tras cambiar su antiguo nombre por el de Ĥãŷŷ ‘Ali Abu ‘Uțmãn, se dirigió a Damasco en misión encomendada por de Luis XVIII de Francia, pero fue descubierto por los servicios secretos británicos, que lo envenenaron, muriendo en el desierto sirio, cerca de Damasco, en agosto de ese año.
Ricardo Aller Hernández
Que fantastico (literalmente) es para hacer una pelicula (si no fuera porque estan todos ocupados en hacerlas de bobadas o, peor, de adoctrinamientos varios)…
Felicitaciones!!!