La batalla de Atapuerca

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Desde 1996, en el penúltimo domingo del mes de agosto y durante todo el fin de semana, se celebra en la ladera de la Iglesia de San Martín, en Atapuerca, la escenificación histórica de una batalla entre reyes hermanos, la de Atapuerca.

El 1 de septiembre de 1054, en la llanura de la renombrada sierra, quizás sobre los restos prehistóricos que le han dado fama, Fernando I, rey de León y conde Castilla y su hermano García Sánchez III, el de Nájera, rey de Pamplona, ambos hijos de Sancho III el Mayor, dirimieron cruentamente sus diferencias.

A la muerte de Sancho, dividió sus dominios entre sus hijos; García Sánchez III, heredó el reino de Pamplona, más Álava y parte del condado de Castilla, Bermudo el reino de León y Fernando un disminuido Condado de Castilla. Al intentar el conde castellano recuperar unos territorio del rio Cea, dirigió sus huestes contra su hermano y cuñado Bermudo III, por su matrimonio con Sancha Alfonsez, hija de Alfonso V de León.  Fernando solicitó ayuda a su otro hermano García Sánchez, a cambio de la entrega de unos territorios fronterizos.

Sin embargo, todo ello se trasmutó en el campo de batalla de Tamarón, ante la muerte de Bermudo III al caer de su caballo “Pelayuelo”. Con ello, Fernando, se convirtió en jure uxoris rey de León, coronándose junto con su esposa Sancha en 1038.

La paz entre ambos reinos se mantuvo hasta llegado el hecho de la enfermedad de Garcia Sánchez y la visita a Nájera de su hermano Fernando I, interesado por la salud del pamplonés. Sin embargo, el monarca leonés no parece encontrarse seguro, sospechando que se trataba de una encerrona. Por lo tanto, sale de Nájera con toda presteza. Al poco es García Sánchez quien acude a visitar a su hermano, enfermo. Es la Crónica Silense la que, en décadas posteriores, nos relata que Fernando I intuyó que las intenciones de su hermano no eran todo lo fraternales que cabía esperar, por lo cual, ordenó el encierro de García Sánchez en un torreón del Cea. Fueron los nobles y hombres de armas que acompañaban al monarca pamplonés quienes le liberaron y, según la aludida Crónica, “desde entonces y con gran furia, buscó abiertamente la guerra, ansioso de la sangre de su hermano”.

La Crónica Silense sigue diciendo que, ante las escaramuzas en territorios de la frontera entre ambos reinos, Fernando mandó emisarios en reiteradas ocasiones, en búsqueda de la paz, puesto que, a fin de cuentas, ambos eran hermanos. Algún autor, como José J. Esparza, señala que tales menciones por parte de la Crónica, prestan a interpretarse tendenciosamente fernandinas.

Lo cierto fue que el rey pamplonés,  invadió Castilla acompañado de unas huestes musulmanas provenientes de la taifa de Zaragoza, tributaria de navarro. Ambos ejércitos se encontraron en la ladera de Atapuerca, un llano ancho que conduce desde Nájera hasta la misma Burgos. Allí instaló su campamento García Sánchez, situando sus fuerzas de modo y manera de facilitarle una ofensiva sobre Burgos, bien por el sur, bien por el norte, y, si se diese la circunstancia, por ambos flancos, en pinza. Ahora bien, Fernando, astutamente aprovecha la penumbra de la noche para situar sus fuerzas en las alturas de los cerros. Así, los castellanoleoneses contemplan el campamento navarro desde los altos de unos escasos cincuenta metros en los cuales se han distribuidos.

Al despuntar el día, sin aviso alguno y con suma presteza, Fernando ordena atacar por todos los lados a los navarros, quienes son incapaces de responder el aluvión. Las fuerzas de García Sánchez se dispersan, mientras que las de Fernando persiguen llegar adonde se hallaba el navarro, con la orden expresa del rey leonés de apresarlo vivo. Sin embargo, el rey castellano-leonés no vio cumplida su orden.

La Crónica Compostelana alude a una venganza del noble Sancho Fortún ofendido por su monarca, al cual traicionó. La Crónica de Nájera relata que la muerte de García Sánchez fue provocada por parientes del difunto Bermudo III, desobedientes a la orden real de capturarlo vivo. Y, por último, nos encontramos con la gesta; García Sánchez, en plena batalla, cae derribado de su caballo y es asaeteado por cien espadas, muriendo en brazos del abad Iñigo.

Atapuerca fue escenario, pues, del fin de la hegemonía navarra. En el mismo lugar, el hijo  del difunto rey, Sancho Garcés IV, fue proclamado rey de Navarra, no sin rendir previamente homenaje a Fernando I de León y Castilla. Se concertó la recuperación de territorios castellano-alaveses y la frontera de ambos reinos en línea con el Ebro desde el camino de Santiago en Logroño como término de paz.

Las fuerzas navarras supervivientes, guardada vela y vigilia durante toda la noche, trasladaron los restos de su difunto monarca en procesión hasta el panteón en la Iglesia de Santa María de Nájera, fundada por el rey cuyo cadáver acogía. Fernando I acudió a presenciar el acto de sepultura de su hermano, para ordenar se colocase, en el lugar donde, supuestamente, había fallecido este, una piedra ciclópea como simbólico túmulo funerario. Piedra conocida por los lugareños como “Fin de Rey”, con la cual se recuerda  tan luctuoso acto, fruto de un incomprensible ajuste de cuentas entre hermanos.

Francisco Gilet

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