Nos vamos a acercar a un personaje que viene a significar la introducción del Renacimiento italiano en los reinos de Aragón y Castilla, es decir, don Iñigo Hurtado de Mendoza y de la Vega, I marqués de Santillana, I conde del Real de Manzanares, XI señor de Mendoza, III señor de Hita y III señor de Buitrago. Es decir, uno de los patrimonios nobiliarios e inmobiliarios más poderosos de aquellos reinos. Hijo de Diego Hurtado de Mendoza y de la dama Leonor de Laso de la Vega, nació Iñigo en Carrión de los Condes el 19 de agosto de 1398. Ambos cónyuges reúnen amplias posesiones en Guadalajara, Madrid, Carrión y las apetitosas Asturias de Santillana, en otras palabras, el este de la actual Asturias y el oeste de Cantabria. Una inmensa fortuna en la Castilla de Juan II.
Su padre falleció cuando tenía Iñigo cinco años, por lo cual, su madre, con buen tino, le mandó con su abuela, Mencia de Cisneros, y luego con su tío, el arcediano Gutierre, futuro Arzobispo de Toledo.
A los catorce años, su madre, previsora, le convino su matrimonio con Catalina Suarez de Figueroa, hija de un maestre de la Orden de Santiago, con vastísimas posesiones en Extremadura. Fernando de Antequera había logrado la corona de Aragón y el joven matrimonio se marcha a la corte aragonesa. Es en ella donde traba contacto con los grandes poetas valencianos Ausias March y Jordi de sant Joan, descubriendo su fervor hacia la poesía. También se cultiva en las ciencias y las letras con Enrique de Villena el Nigromante, conociendo la obra de Dante y Petrarca. Subido al trono Alfonso e Magnánimo le nombra copero, naciendo en 1417 su primer hijo, Diego.
En 1420 regresa a Castilla, con Juan II asentado en el trono. Son los tiempos en los cuales Alvaro de Luna pretende reforzar el poder real, así como el suyo propio. En el enfrentamiento entre Enrique de Aragón y Alvaro de Luna, toma partido por Juan II, estando junto a él en el golpe de Tordesillas y en el cerco del castillo de La Puebla de Montalbán, en diciembre de 1420. Prisionero Enrique, regresó Iñigo a sus posesiones de Hita y Guadalajara, para en 1428 nacer en esta villa su sexto hijo, el futuro Cardenal Mendoza.
Apartado durante un tiempo de los avatares políticos, aparece en la batalla de Olmedo, colocándose en las filas de Juan II frente a la ofensiva de los infantes de Aragón, don Enrique y don Juan, ya rey de Navarra. La victoria cayó de lado castellano y Juan II fue espléndido; otorgando a Iñigo el marquesado de Santillana, por el cual será reconocido en el futuro, y el condado del Real de Manzanares, de Madrid.
A partir de tal hecho, el ya marqués de Santillana manifiesta su animadversión creciente contra el poder dictatorial del condestable Alvaro de Luna, escribiendo en su contra una obra, Doctrinal del privado, que no es sino una retahíla de los vicios de don Alvaro. Un privado que fue preso, juzgado y decapitado en 1453, con lo cual el marqués, con ya cincuenta y cinco años, dio por cerrada su vida política y encaminó sus pasos hacia la biblioteca de Guadalajara. Allí trabajaba con la compañía de Diego de Burgos, su secretario y criado personal, y con Juan Mena, cronista que fue de Juan II, con el cual mantuvo una gran amistad, hasta el punto de, cuando su muerte, costear el marqués su entierro. Ambos personajes estaban unidos por la influencia de Dante, junto con la italiana hasta el punto de ser un polo de la cultura castellana del Renacimiento. Así, el marqués fue el primer autor español que utilizó el soneto, forma métrica importada de Italia. Y es que don Iñigo era un gran poeta, y así, Juan de Mena le escribió en 1438 un poema, la Coronación donde se veía como en el Parnaso era coronado el marqués de Santillana cual gran poeta.
Su obra, ingente, nos da pie a resaltar las Glosas a los proverbios, comentario de su propia obra; la Lamentación en profecía de la segunda destrucción de España, cuyo asunto toma de la Crónica general. Nos han llegado también algunas cartas suyas, verbigracia a Alonso de Cartagena Sobre el oficio de la caballería, o a su hijo sobre la utilidad de las traducciones, etcétera. Entre sus ya citados Sonetos fechos al itálico modo destacan «Clara por nombre, por obra e virtud«, «Sitio de amor con gran artillería» y «En el próspero tiempo de las serenas» y en especial un grupo de obras doctrinales constituido por los Proverbios de gloriosa doctrina en versos de pie quebrado y el Diálogo de Bías contra Fortuna, que constituye una defensa del estoicismo. Sin poder olvidar sus Serranillas o la recopilación de la sabiduría popular en su Refranes que dicen la viejas tras el fuego.
En 1455, finalizó su intervención en la política castellana, con deseo de unificar la nobleza en torno a Enrique IV, así como fortalecer el buen nombre de dicho monarca. No puede decirse que fuese un éxito la campaña contra Granada. Acabado el lance, regresó a su casa, para ya no salir más. Su esposa Catalina falleció dicho año, haciendo testamento el propio don Iñigo. Todavía vivió tres años más, para fallecer el 25 de marzo de 1458, con sesenta años. Se apagó uno de los hombres insignes de la Castilla del siglo XV y del Renacimiento español.
Aún resta por mencionar un honor imputable al Marqués de Santillana. Tuvo tres hijos varones, Diego, segundo marqués, Iñigo y Pedro, como ya queda dicho el cardenal Mendoza. Todos ellos apoyarán al partido de Isabel la Católica, participando activamente en la construcción del primer Estado moderno de Europa.
Francisco Gilet
Bibliografía
Lapesa, Rafael (1957). La obra literaria del Marqués de Santillana.
José Javier Esparza, “Santiago y cierra España”.