EMETERIO CUADRADO DÍAZ

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Como en la mayoría de los casos , el descubrimiento del yacimiento de El Cigarralejo fue totalemnte fortuito. Ocurrió yendo el que escribe  camino de una finca sita en la margen derecha del río Mula, aguas debajo de la presa de La Cierva.

Desde la caballería  que me llevaba a sus lomos vi brillar al borde  del sendero que cruzaba  la colina conocida como piedra Plomera, y que nosotros seguíamos, un tiesto rojo brillante. Pedí al que me acompañaba que lo cogiera, comprobando que se trataba b de un trozo de cerámica del tipo terra sigilata. Supuse que por las alturas  había un yacimiento romano .Días después  volví por el lugar y comprobé que en lo alto de un cerro que dominaba todo se observaba afloraban muros de mampostería. La ladera no sólo estaba sembrada de restos cerámicos ibéricos y romanos, sino que también encontré un exvoto de arenisca en forma de mujer.

Todos estos restos  me inclinaron a pedir para el verano siguiente el correspondiente permiso de excavación , que se aplicó el verano de  1946, confirmándose en 1947. En este tiempo se descubrió la villa romana y el santuario ibérico, situado bajo aquella, con la gran cantidad de exvotos que pudimos obtener.

En esta campaña de 1947, uno de los propietarios del terreno en el que trabajamos nos refirió que en un bancal de la colina del santuario, al hacer un agujero para plantar un olivo, encontró una olla de huesos y cenizas, que supusimos el indicio de una necrópolis.

Al año siguiente, iniciamos la excavación de la necrópolis y desde esta fecha (1948) a la campaña de 1988 se ha excavado casi la totalidad del yacimiento. ¡40 años!

(Emeterio Díaz Cuadrado, sobre el descubrimiento del santuario íbero de  El Cigarralejo)

EL PERSONAJE

De todas las provincias que constituyen el sureste peninsular, tal vez sea la murciana la que más sorpresas reserva al investigador, y su suelo, siempre pródigo en hallazgos arqueológicos, guarda tesoros en espera  de que la puerta de un arqueólogo afortunado sepa levantar la losa que los siglos depositaron sobre los jirones de nuestro glorioso pasado (Emeterio Cuadrado, 1950).

Emeterio Cuadrado Díaz nació en Murcia el 9 de septiembre de 1907. Nacido en una familia oriunda de Mula, su padre era un médico de renombre (fue el primero de la Región en disponer y utilizar el novedoso aparato de rayos X a principios del siglo XX). Se educó en la capital, de donde marchó a Madrid para estudiar la carrera de Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos, que terminó en 1931.

Durante su carrera como ingeniero alcanzó un reconocido prestigio en la Mancomunidad de los Canales del Taibilla y en el Canal de Isabel II, donde trabajó desde 1951 hasta su jubilación en 1977, aunque la historia lo recordará por su vocación de arqueólogo, una pasión que tuvo ocasión de desarrollar con la gran obra de canalización de las aguas del Taibilla, afluente del Alto Segura, para abastecer a la ciudad de Cartagena, con estudios del paisaje, sondeos y remociones del valle fluvial, que pronto convirtió en una forma de analizar los yacimientos arqueológicos de la zona.

Asociado al por entonces aún balbuciente estudio sobre la cultura íbera, Emeterio fue nombrado en 1945 comisario local de Excavaciones Arqueológicas en Cartagena, fundó su Junta Municipal de Arqueología y promovió la creación del Museo Municipal de Cartagena y, como miembro fundador de su comité organizativo, los Congresos de Arqueología del Sureste, germen de los Congresos Nacionales de Arqueología.

Tras la Guerra Civil española prosiguió su carrera como ingeniero y en el campo de la arqueología en el sureste español, donde entró en contacto con la cultura del Argar, descubierta años antes por Rogelio de Inchaurrandieta.

EL CIGARRALEJO

1945. Situado en un crestón al borde del cauce del río Mula, a unos 4 km al norte de la ciudad homónima, Emeterio Cuadrado descubrió un santuario íbero en un crestón al borde del cauce del río Mula, al norte de la ciudad homónima, siendo en 1947 cuando comenzaron a aparecer, en el curso del laboreo agrícola, las tumbas de la necrópolis, actividad a la que dedicó gran parte de su vida.

El Cigarralejo es uno de los conjuntos arqueológicos más representativos del ámbito peninsular en lo que a la cultura ibérica se refiere, donde se localizan simultáneamente los tres espacios íberos: el santuario, la necrópolis y el poblado.

Es sin duda el yacimiento que ha introducido más novedades de esta cultura protohistórica, no solo en el plano de la religiosidad, la espiritualidad, de su ritual funerario o sobre los sistemas de enterramiento, sino por el ingente material que se encontró y que ha permitido reconstruir cómo fue la vida diaria en aquella cultura.

Su situación geográfica es privilegiada, pues se emplaza en un territorio estructurado por una red de vías de comunicación que aprovechan las posibilidades naturales del terreno, enlazando con otros puntos importantes como el Cabezo del Tío Pío (Archena) o Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla).

Cuadrado adquirió los terrenos de los yacimientos para asegurar la conservación y el trabajo, que se prolongó varios decenios, y todos los materiales obtenidos fueron donados por Emeterio al Estado, siendo custodiados en un espléndido museo instalado en el palacio de los marqueses de Menahermosa, en Mula.

También le preocupa la interpretación de los ritos funerarios, el proceso, las sucesivas fases, los modos de enterramiento, las construcciones en el espacio de la necrópolis, las tumbas superpuestas, las fases sucesivas y el caballo de batalla: la cronología. Los materiales importados van a dar, en principio, la clave de la datación, sobre todo las cerámicas áticas; se vuelca en el estudio de las importaciones. No se arredra ante los obstáculos; si hay algo no identificado, si no se ve claro en España, marcha a Inglaterra a buscar la respuesta en el Ashmolean o a Roma, a Atenas, o recurre a sus amigos de Freiburg o de Munich, como si la Arqueología fuese un divertimento infinito al que consagrar las horas libres (José Miguel García Cano, Pedro A. Lillo Carpio, Virginia Page del Pozo. Extracto de Emeterio Cuadrado; Obra Dispersa. Murcia 2002 Tomo I. pp 15-20).

Su trabajo está recopilado en numerosos artículos y en un libro editado en 1987: el volumen XXIII de la importante serie Biblioteca Prehistórica Hispánica, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Dos años después publicaría la panoplia ibérica de El Cigarralejo.

La casita-almacén que presidía la necrópolis la había construido don Emeterio en el área que excavó en las primeras campañas. La había bautizado el entonces joven investigador Dr. Hermanfried Schubart como El Hotel Necropol en los años 60 y era el cuartel general; allí se guardaban herramientas y utillaje y allí también, disponía las tareas doña Rosario Isasa, su esposa, siempre al pie del cañon, tanto en el yacimiento como en la casa; allí lavaba, incansable y meticulosa, las cerámicas y controlaba hasta el más mínimo fragmento. Y se guardaban las cajas de ir de picnic, de madera, grandes, que se abrían de forma casi ritual a la hora del almuerzo, ante todos los miembros de la excavación y que, con los cubiertos, los asientos y un encantador protocolo parecían trasladarnos a una época y a un escenario irreales, como de merienda en una película de ambientación inglesa.

Al atardecer nos íbamos a Mula, a su casa, que se convertía en casa de todos, y doña Rosario, volcada absolutamente en el proyecto que había también suyo, ayudada por Salvadora, nos daba de cenar con una etiqueta exquisita, como si de personas importantes y de su inmensa casa de la calle de Alcalá se tratase. Después de cenar, don Emeterio nos llevaba a todos, grandes y chicos, al Picolo, la heladería del centro de Mula, a tomar limonada y, enseguida, a dormir, para estar fresco al amanecer. Y, en la casa, doña Rosario no paraba, incansable pese a sus tareas de campo, con una resistencia de mujer bíblica. Y allí, a la sombra del amplio entoldado, con su sombrero de paja sobre la cinta de felpa de toalla rusa que tanto ponderaba, llegaba ensimismado y comentando el último fragmento de interés, don Emeterio. Presidía de forma ritual la comida de todos, de los jóvenes estudiantes y de los ya ancianos braceros que habían participado en decenas y decenas de campañas. Nosotros, los neófitos excavadores éramos conscientes de donde estábamos; habíamos leído bastantes artículos y la monografía del Santuario, nos había enseñado piezas espectaculares y las urnas; estábamos deslumbrados. Y, además, sabíamos que allí, en El Cigarralejo, había estado, en las campañas previas, toda una serie de personalidades, la mayoría de los grandes arqueólogos del siglo XX; allí habían conversado, reído y sudado, entre otros, H. Schubart, A. Beltran, M. Tarradell, J. Maluquer, W Schüle, G. Trías, A. Mª Muñoz Amilibia, A. Arribas y G. Nieto. (José Miguel García Cano, Pedro A. Lillo Carpio, Virginia Page del Pozo. Extracto de Emeterio Cuadrado; Obra Dispersa. Murcia 2002 Tomo I. pp 15-20).

MÁS ALLÁ DEL SANTUARIO

En 1947 se trasladó al País Vasco como ingeniero jefe de obras de la empresa Aguas y Saltos del Zadorra, para el aprovechamiento de los ríos Zadorra y Santa Engracia. Fue nombrado comisario local de Excavaciones en Álava y colaboró con la sociedad excursionista Manuel Iradiel de Vitoria.

Volvió a Madrid en 1951 como ingeniero jefe de una de las secciones del Canal de Isabel II y, a la vez que intensificaba su directa labor profesional, profundizaba en sus estudios arqueológicos, con eje en la excavación y la valoración de la necrópolis de El Cigarralejo, labor que le valió ser nombrado miembro ordinario en el Instituto Arqueológico Alemán, en 1954, y al año siguiente en la Asociación de Arqueólogos Portugueses.

          En 1968 se creó la Asociación Española de Amigos de la Arqueología, que Cuadrado presidió desde entonces hasta su muerte. En ella se integraron numerosos aficionados y profesionales de la Arqueología, constituyéndose en un círculo de actividades investigadoras, excursionistas y divulgativas al que Cuadrado imprimió el sello de su desbordante personalidad, con una presencia constante en congresos y foros de la arqueología íbera.

          Por su labor como arqueólogo le llevó a ser nombrado miembro del italiano Instituto de Estudios Ligures, o del Patronato del Museo Arqueológico Nacional de Madrid, así como sendas distinciones (placa de la Orden de Alfonso X el Sabio o doctor honoris causa de la Universidad de Murcia el 9 de mayo de 1985).

Fruto de esta actividad surge una nueva, sistemática y precisa metodología de excavación de base analítica. Muchas cosas se habían dicho ya en las clases y textos de métodos y técnicas pero aquí se cumplía el método, sin énfasis, funcional, casi con modestia; todo tiene su lugar en el plano, todo esta controlado antes y después de su limpieza, y todo va meticulosamente a su sitio. Sería interesante, conveniente, recrear y publicar su método, tan preciso y que tanto enseñó a arqueólogos muchos bisoños― que durante más de medio siglo hemos pasado por allí. Y enseñaba como el que no quiere la cosa, como si contase una anécdota intrascendente; y aquí tenemos otro de los importantes capítulos sobre la tarea científica de este hombre que no se dedicó oficialmente a la docencia: su presencia activa y de comunicación en cuanto a las tareas de campo y de laboratorio, siempre con su gran capacidad de trabajo, su grato humor, sus impecables modales y su buena disposición  (José Miguel García Cano, Pedro A. Lillo Carpio, Virginia Page del Pozo. Extracto de Emeterio Cuadrado; Obra Dispersa. Murcia 2002 Tomo I. pp 15-20).

Emeterio Cuadrado falleció en Madrid el 12 de enero de 2002, dejando para la historia un estudio profundo de la cultura ibérica, recopilado en un museo: El Cigarralejo.

MUSEO DE EL CIGARRALEJO

El Museo de Arte Ibérico «El Cigarralejo» se creó para albergar una colección de materiales arqueológicos provenientes del yacimiento homónimo rescatado por Emeterio Cuadrado durante 40 años: 547 tumbas de incineración ibéricas con sus respectivos ajuares funerarios, que abarcan un periodo cronológico desde los inicios del siglo IV a. C. al siglo I a. C.

Cuadrado sufragó personalmente gran parte de las intervenciones arqueológicas, siendo tan solo las últimas campañas las subvencionadas con dinero público. El 1 de junio de 1986, el murciano donó la colección al Estado, rehabilitándose para ello una antigua casa solariega de Mula del siglo XVII para albergar la colección: el palacio de los marqueses de Menahermosa.

El Museo de Arte Ibérico exhibe en sus 10 salas más de 80 ajuares funerarios procedentes de la necrópolis de El Cigarralejo. Cada una de las salas está dedicada a un tema sociocultural del mundo ibérico.

Ricardo Aller

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