Narración creada y enviada por Jorge, 2º Bachillerato
Colegio Fomento Las Tablas
26 de octubre de 1521, Biraham-Batolach, Océano Pacífico
Alrededor de la nao solo había agua. Mar, azul e infinita. Únicamente un vigía ubicado en el asidero del mastelero del juanete mayor sería capaz de apreciar una fina línea de tierra en el horizonte hacia babor, la costa de la isla que estaban bordeando. El cielo amenazaba tempestad, y así lo habían presagiado los lobos de mar de la expedición. Grandes nubes negras se acercaban por la popa teniendo los vientos a favor como los barcos, aunque las brisas marinas pueden ser muy traicioneras. Solo quedaban dos naos en la expedición, la Trinidad comandada por Gómez de Espinosa y la Victoria, desde la que se podía apreciar la pequeña franja de tierra, capitaneada por Juan Sebastián del Cano. La Victoria apenas se alejaba de la capitana una milla náutica, quedando a su costado derecho. Iban casi a la par, y los marineros de ambos buques trataban en vano de acercar las naves ante la inminente tormenta, de manera que pudieran estar a la vista durante el desarrollo de la misma.
En un camarote de la Victoria, en la zona de oficiales, tenía lugar una charla entre naipes y dinero. Estaban presentes la mayoría de los oficiales del buque. Seis hombres agachados sobre una mesita y otro par detrás observando, entre los que estaba el capitán. El juego estaba animado y varias sonrisas pícaras asomaban de los rostros de los oficiales con menos experiencia, incapaces de mantener en secreto su buena baza.
- Subo dos maravedíes – indicó un joven mientras acercaba las monedas al bote. Al terminar la acción uno de los jugadores se retiró suspirando.
- ¿Parece que el señor echa de menos a las mujeres de Burné eh? – le soltó con chanza uno de los jugadores – Ciertamente, se estaba mucho mejor ahí con todos los placeres que aquí, sin saber el rumbo exacto y sufriendo las penalidades del tiempo.
- Una tarde que fue gloria… La aproveché mejor que tú que acabaste borracho en alguna taberna de mala muerte – Se alzaron las risas con la respuesta y se sonrojó el apelado. Tuvo que intervenir el capitán viendo que se estaba caldeando el ambiente.
- Os dejo jugar para que os olvidéis del viaje pero no voy a permitir ninguna pelea, en cuanto terminéis os quiero en cubierta para supervisar las maniobras antes de la tempestad.
Dicho esto se levantó y salió, dirigiéndose al puente de mando. Se quedó quieto, recordando. Recordaba el penoso día de la batalla en Mactán, la pérdida de Magallanes, la quema de la Concepción y los días de ensueño pasados en Burné y otras islas. Alejó los recuerdos con un movimiento de mano y se dirigió hacia el timón. Intercambió unas palabras con el timonel y esperó observando a la Trinidad.
La tormenta llegó con el anochecer. Fuertes y violentos vientos se alzaron y arremolinaron sobre las naos, tratando de hundirlas. El capitán del Cano dio orden de amainar velas y recoger la mayor para evitar que se quebrara el palo.
- ¡Cazad el foque al trinquete! ¡Vamos, sujetadlo bien que nos arranca el mástil! ¡Arriad las principales!
Grandes olas se levantaban, contra las que chocaba el casco del buque que trataba de continuar a flote. No muy lejos el Trinidad también sufría con la tempestad. Varios marineros habían dejado sus quehaceres y se agarraban a cabos para evitar salir despedidos, mientras movían los labios, rezando a María y pidiendo protección a San Telmo. Al poco rato empezaron a gritar mientras señalaban a lo alto de los palos, estremeciéndose de frío y temor y arrodillándose ante la presencia de los santos protectores.
Cuando finalizó la tormenta hicieron recuento de daños y pérdidas. Ningún hombre perdido pero varios daños en velas y aparejo. No hubo mayor problema para arribar a buen puerto.
16 de julio de 1522, Atlántico Norte, cerca de Cabo Verde
La travesía por la mar océana había sido complicada. A causa de los constantes puertos e islas ocupadas por portugueses hubieron de evitar tierra durante gran cantidad de tiempo. Temían ser apresados y no poder terminar su empresa. La nao hacía agua. Se había abierto una fuga en el costado derecho y todos los hombres trabajaban sin descanso en las bombas. Llevaban tanto tiempo navegando sin recalar que no tenían víveres, así que decidieron por votación si dirigirse a Cabo Verde o evitarlo hasta encontrar sitio más seguro. Acabaron por dirigirse a las colonias portuguesas, donde bajaron 13 hombres a comprar víveres. La tapadera duró hasta que las autoridades descubrieron el clavo en nuestras bodegas. Esperamos a nuestros hombres hasta la noche del 13, pero viendo que no volvían e imaginando su paradero soltamos amarras y nos hicimos a la mar. De eso hace tres días y medio.
Había transcurrido casi un mes desde nuestra partida de Cabo Verde. Desde ese momento habíamos perdido cuatro tripulantes. Seguíamos en la mar, con la fuga de agua y bombeando sin descanso. El capitán se encontraba en su camarote, decidiendo la ruta a seguir, dado que aunque no nos encontrábamos lejos de las Islas Canarias, temíamos encontrarnos con alguna patrulla portuguesa. Por la tarde nos comunicó su decisión. Utilizaríamos la «Volta do Mar´´, daríamos un rodeo porque los vientos alisios nos impedían navegar por la costa africana sin peligro; tardaríamos más pero la ruta sería más segura.
El buque estaba a la deriva. Seis días atrás habíamos atravesado las Azores pero sin recalar. Los hombres estaban exhaustos y un tanto perdidos. Si no bombeaban dormían, y si no hacían ninguna de las anteriores comían la poca comida que les tocaba. Continuaron navegando dieciséis días más. El derrotero de la nave no varió lo más mínimo, ni tampoco las actividades a bordo. El barco estaba para desguace. El aparejo y las velas rotas y sin material para ser reparadas, la fuga seguía igual de grande pero cada vez hacía más agua, y la moral de la tripulación estaba un poco hundida, por mucho que en el fondo supieran que el trayecto estaba por terminar.
Cayó la noche, y el capitán ordenó una reunión. Se quedó a solas en el puente de mando, a excepción de timonel, y se aclaró la voz:
- Hijos míos, todos y cada uno de nosotros hemos vivido penalidades en esta travesía. Desde el comienzo hasta ahora. Perdimos al buque San Antonio en América, al capitán Magallanes en el Pacífico, a la Concepción poco después, y en las Islas de las Especias a la nave capitana La Trinidad. Muchos buenos hombres han perecido, pero muchos otros habéis sobrevivido. Tuvisteis la oportunidad de dejar de sufrir allá en el Pacífico pero decidisteis seguir conmigo para culminar la mayor empresa jamás llevada a cabo – los hombres en la cubierta se estremecían de orgullo y a algunos les resbalaban lágrimas por el rostro – No hemos decidido terminar esto para morirnos por el camino, y he aquí lo que he de anunciaros: he estado estudiando los mapas, y si los cálculos son correctos… Mañana veremos el cabo San Vicente.
Los gritos de alegría ahogaron el resto de la frase. Los tripulantes se palmeaban y se felicitaban mutuamente. Las muestras de alegría no terminaron ahí, porque cuando el capitán bajó para felicitar a sus hombres se formo un corro a su alrededor mientras le tocaban y aclamaban.
La alegría se contagió al trabajo, y cuando retomaron sus quehaceres lo hacían con más ahínco, sabiendo que el final estaba cerca.
Al día siguiente, al caer la tarde se escuchó el grito esperado: ¡Tierra a la vista!
Del Cano y toda la tripulación se dirigieron a la proa con claras muestras de alegría. Ahí, ante ellos, se extendía la península; y detrás de Portugal, España. Lo cual significa que habían circunnavegado el globo. Habían dado la primera vuelta al mundo.