Las consecuencias de Lepanto

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Juan Andrea Doria, Agostino Barbarigo y Álvaro de Bazán

Es el cronista Luis Cabrera de Córdoba quien nos relata la batalla naval de Lepanto:

“Jamás se vio batalla más confusa; trabadas de galeras una por una y dos o tres, como les tocaba… El aspecto era terrible por los gritos de los turcos, por los tiros, fuego, humo; por los lamentos de los que morían. Espantosa era la confusión, el temor, la esperanza, el furor, la porfía, tesón, coraje, rabia, furia; el lastimoso morir de los amigos, animar, herir, prender, quemar, echar al agua las cabezas, brazos, piernas, cuerpos, hombres miserables, parte sin ánima, parte que exhalaban el espíritu, parte gravemente heridos, rematándolos con tiros los cristianos. A otros que nadando se arrimaban a las galeras para salvar la vida a costa de su libertad, y aferrando los remos, timones, cabos, con lastimosas voces pedían misericordia, de la furia de la victoria arrebatados les cortaban las manos sin piedad, sino pocos en quien tuvo fuerza la codicia, que salvó algunos turcos”.

De aquel feroz 7 de octubre de 1571, resultó la pérdida de 12 galeras cristianas, posteriormente elevado este número a 40 por los graves daños sufridos. De los 7.600 hombres fallecidos, unos 2.000 eran españoles, 900 de la escuadra del Papa Pio V y 4.800 venecianos. Los heridos superaron la cifra de 14.000. Por parte otomana, 170 galeras y más 20 galeotas fueron apresadas a los turcos, aunque solamente 130 estaban útiles, habiéndose quemado el resto. El número de prisioneros fue de 5.000, mientras que se liberaron 12.000 cautivos cristianos. Los fallecidos en el bando turco se contabilizaron entre 25.000 y 30.000.

La inteligencia estratégica de don Juan de Austria brilló en forma extraordinaria en Lepanto. Mientras los turcos utilizaban arcos y flechas, las tropas cristianas iban bien provistas de arcabuces. La tardanza en recargar el arma se contrarrestaba con el efecto que producía en la fuerzas enemigas. Asimismo, don Juan ordenó embarcar tropas españolas en las galeras venecianas, lo cual acumulaba un mayor número de soldados  frente a los turcos. En Mesina, don Juan ordenó rebajar los espolones de las galeras y serrar la esculturas de adorno situadas en las proas. Ello permitió que los cañones tuviesen mayor campo de tiro. Seguramente la potencia artillera no influyó en exceso en el logro de la victoria, pero, ciertamente, provocó una desbandada en la formación de combate otomana. La victoria de la batalla fue atribuida a la Virgen del Rosario, por haberse celebrado el primer domingo de octubre, fecha significada entre las cofradías del Rosario, fundadas por la Orden de Predicadores a la que pertenecía el papa san Pío V. Dicho papa, que organizó un rosario público el día de la batalla naval en la basílica de Santa María la Mayor, estableció la fiesta de la Virgen de las Victorias el primer domingo de octubre, que poco después, en 1573, Gregorio XIII denominó fiesta de la Virgen del Rosario, y la trasladó al 7 de octubre.

La batalla de Lepanto fue la primera derrota naval de las fuerzas turcas desde el siglo XV. Sin embargo, no vino a significar ninguna gran victoria para las fuerzas integrantes de la Liga Santa, es decir, España, los Estados Pontificios y Venecia. El Mediterráneo quedó dividido en dos mitades, la oriental bajo control turco y la occidental bajo el de los Austrias y sus aliados italianos. Tanto fue así que los italianos no recuperaron ninguno de los territorios perdidos previamente a Lepanto.

Pio V falleció el 1 de mayo de 1572 y con tal muerte los miembros de la Liga comenzaron a mostrar sus desavenencias. Fue el 7 de marzo de 1573 cuando se firmó un tratado de Paz, dando por concluida la guerra entre Venecia y la Sublime Puerta. Los venecianos vencedores en Lepanto se convirtieron en vencidos, firmando un documento que cedía Chipre al imperio Otomano al tiempo que fijaba una indemnización de 300.000 ducados a favor de los turcos.

Los turcos desde 1574, con la conquista de la ciudad de Túnez hasta la de Fez en Marruecos, en 1576, lograron controlar toda la costa sur mediterránea desde el estrecho de Gibraltar hasta Grecia, con la excepción de las ciudades españolas de Ceuta, Melilla y Orán. Sin embargo, la mejor tecnología naval europea, los galeones y la línea de batalla usada por la Armada Española a partir de 1580, se impuso hasta mitades del siglo XVII. Las batallas navales del cabo Celidonia, del cabo Corvo, Larache y la Mamora, cercenaron la expansión otomana por el Mediterráneo. Los turcos, semeja, se vieron obligados a cambiar su estrategia y emprender por tierra la conquista de Austria para llegar a la Gran Guerra Turca de 1683 y la Guerra en la Persia Safavida por el Este.

Atrás quedó el grito de don Juan de Austria para disipar el miedo de sus hombres y que también oyeron Álvaro de Bazán, Juan Andrea Doria o el veneciano Agostino Barbarigo; “Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone”. Pio V, con el rosario en la mano, algo tuvo que ver en esa buena disposición del Cielo.

Francisco Gilet.

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