CREADORES DE LA NEGRA LEYENDA
Se suele decir que la grandeza de un hombre se puede medir por la magnitud de sus enemigos. Dicho que no consideramos totalmente válido, pues hay hombres excelsos que tienen enemigos miserables y rastreros. Este es el caso de España, nación que posee unas gestas esplendorosas y que sus enemigos infames y abyectos han hecho todo lo posible por desprestigiarlas con ignominias y patrañas.
En el imaginario colectivo de la cultura occidental, se ha ido tejiendo una red que, cuál tela de araña, ha envuelto con sus repugnantes hilos la historia de España, creando y difundiendo mentiras, calumnias y falsedades, para deshonrar la ejecutoria de una nación, que posiblemente sea la más limpia del orbe. Y lo peor de ello que ese cúmulo de injurias, fue comenzado por un español, continuado por otros y aceptado por el resto de las naciones europeas, que continuaron amontonando falacias y deshonor sobre la difamación inicial.
Antonio Pérez del Hierro
Fue el iniciador de esta, posiblemente la persona más abyecta e intrigante que haya nacido en España. A pulso se ha ganado el remoquete de El Judas español, como lo denominan algunos historiadores.
Consideramos que merece la pena extendernos en la descripción de quién fue, y exponer la trayectoria de su vida.
Nació en 1540, siendo hijo ilegítimo y sacrílego de Gonzalo Pérez, un clérigo secretario de Carlos I y Felipe II, durante los primeros años de su reinado.
En las contiendas políticas de la Corte entre la Casa de Éboli y la de Alba, como gran oportunista que era, tomó parte por la primera, y, con la protección de Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, se educó en las universidades de Alcalá, Lovaina, Salamanca y Padua consiguiendo una considerable formación.
Cuando murió su padre en 1556, pasó a ocupar su lugar en la secretaría real, primero de forma interina, siendo confirmado en la misma en 1567.
Fue el instigador (¿conociéndolo Felipe II?) de la muerte del secretario de D. Juan de Austria, hijo natural de Carlos I, Juan de Escobedo, en el año 1578.
Maquinador como pocos, espiaba a Felipe II por orden del Papa, aunque, en teoría, la Monarquía Hispana y el papado eran dos potencias amigas. Por ello, cuando Felipe lo descubrió, utilizó la muerte de Escobedo contra Antonio Pérez.
En el año 1579 fue detenido junto con la Princesa de Éboli, viuda de Ruy Gómez de Silva.
Aunque continuó ostentando la secretaría real hasta 1584, la acusación de la que había gran número de pruebas fue, en principio, de corrupción, y, diez años después, de asesinato. Pasados once años en la cárcel, consiguió huir de Madrid, disfrazado, y se refugió en Aragón pretextando ser hijo natural de ese Reino. Con lo que consiguió unir su causa a la defensa de las libertades aragonesas frente a la Corona.
Acogido al fuero de Aragón no podía ser perseguido en estas tierras, pues no había jurisdicción para ello, por lo que Felipe II hizo que la Inquisición lo acusara de herejía, pues, el poder de esta se extendía a toda España, pero no pudo llegar a prenderlo, ya que las masas populares aragonesas promovieron tumultos, que fueron conocidos como las alteraciones de Aragón. La reacción de Felipe II fue enviar un ejército a Zaragoza que tampoco sirvió de nada, pues, ya Antonio Pérez, con ayuda del Justicia Mayor de Aragón, Juan de Lanuza, había conseguido huir a Francia en cuya corte fue acogido calurosamente.
Mientras tanto, en España era juzgado por el Tribunal de la Inquisición y condenado en ausencia, siendo confiscados todos sus bienes y quemada públicamente una efigie suya.
Francia, enemiga acérrima de España, apoyaba a los rebeldes flamencos, acogió con todo entusiasmo al traidor felón, del que recibió toda clase de confidencias y secretos sobre la Corte y los ejércitos españoles. No solamente asesoró al rey francés Enrique IV en sus luchas contra España, sino que rastreramente ofreció sus deleznables servicios a la encarnizada enemiga de la Corona española, Isabel I de Inglaterra.
Su vileza no tenía freno, era tal la aversión y rencor que sentía contra su patria que se dedicó a publicar escritos y panfletos contra Felipe II, que fueron la base para la Leyenda Negra contra la Monarquía hispana.
Tanto los franceses cuanto los ingleses, cuando ya no tenía nada que ofrecerles contra la España, después de haberles revelado muchos secretos, confidencias y estrategias militares que les proporcionaron armas para combatir a España, le mostraron el desprecio que merece todo traidor y así, pobre y marginado, murió fuera de España, sin haber obtenido el perdón de la Monarquía.
Esta es, a grandes rasgos y parcamente, la biografía del traidor felón que inició una patraña que tanto daño ha causado a nuestra Patria y que todavía sigue circulando por el resto del mundo y de la que se nutren la mayoría de nuestros enemigos.
Pero es que, además del desprestigio que causó a España el rencor de Antonio Pérez, hay otras aportaciones con las que se ha confeccionado la Leyenda Negra.
A grandes rasgos podemos señalar las de los personajes siguientes:
Reginaldo González Montañez
Fue un fraile renegado del monasterio de S. Isidoro del Campo de Santiponce (Sevilla) que abrazó el protestantismo y huyó en 1557 a Fráncfort, donde fue protegido por los príncipes protestantes que siguieron la reforma luterana, y enemigos de Carlos I. No olvidemos que estos habían sobrellevado muy mal que Carlos ostentase el título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Escribió el libro “Exposición de algunas mañas de la Santa Inquisición española”, que fue muy traducido, durante la segunda mitad del siglo XVI, al holandés, inglés, francés y alemán entre 1568 y 1569, así como sucesivas ediciones hasta 1625.
Para estos países, enemigos de España, era un suculento regalo el que les hacía, ya que les proporcionaba un ariete más con el que derribar la irreductible fortaleza del Imperio español.
Guillermo de Orange
Veamos, aunque sea someramente, quien fue este personaje. En principio fue un traidor a su rey Felipe II, ya que entonces Holanda pertenecía a la Corona Española, por lo que debía sumisión al rey de España. Como no tenía motivo que justificase su levantamiento, se inventó el “mal gobierno” que España ejercía en Los Países Bajos. Por ser endeble su argumento, escribe a finales de 1580 la “Apología”, en la que trata de justificar y dar propaganda a sus escritos para aportar una justificación moral a su traición a los ojos del resto de Europa. Es simplemente la reacción de un renegado que quiere argumentar su indignidad y la falta a su juramento de vasallaje.
Este libelo fue el origen de numerosos panfletos, escritos por franceses, ingleses y alemanes, con el solo propósito de desprestigiar a España. Su única finalidad fue la calumnia contra Felipe II. En estas difamaciones llega a mentir ignominiosamente contra él, al que acusa de:
Haber asesinado a su tercera esposa Isabel de Valois y a su hijo Carlos, y de vivir amancebado con su hermana doña Juana, viuda del Príncipe Juan, heredero de la Corona de Portugal.
Otra de las acusaciones contra este rey era la de fanatismo, intransigencia religiosa y crueldad, y que la Inquisición se puso en práctica por su mandato.
Con ello demostraba una ignorancia absoluta, ya que este Tribunal se implantó en Castilla, con la consiguiente autorización del Papa, en 1478 y en Aragón en 1483, a pesar de que en este reino la Inquisición pontificia estaba vigente desde 1232, siendo uno de sus miembros más destacado Nicolás Aymerich, que fue quien confeccionó el “Directorium Inquisitorum”, o Manual de los Inquisidores que sirvió de base para que los frailes dominicos Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger escribiesen en 1486 el libro Malleus maleficarun o Martillo de Brujas que durante los tres siglos siguientes se convirtió en el manual indispensable y la autoridad final para la Inquisición, los jueces, magistrados y sacerdotes católicos y protestantes en la lucha contra la herejía en Europa.
En este libro se dan las instrucciones para perseguir a los poderes y prácticas de los brujos, sus relaciones con el demonio y la forma de descubrirlos.
Detrás de todo esto, lo que se escondía el ataque al acendrado catolicismo de Felipe II y de ser, como su padre Carlos, un acérrimo enemigo de los protestantes.
Todo tiene su explicación, la nefasta Leyenda Negra, la comienza un renegado español, Antonio Pérez, y la continúan los alemanes, los holandeses, los ingleses y los franceses. Los tres primeros abrazaron el protestantismo desde su inicio. Enrique VIII de Inglaterra, llevado por su lascivia, también se separó de la Iglesia católica y constituyó la anglicana. ¿Se puede esperar de estos encarnizados enemigos del catolicismo otra cosa que no sea desacreditar de las peores y más abyectas formas a quien lo defiende con todas sus fuerzas como campeón de la Contrarreforma?
Brevemente, hemos expuesto cómo se gestan los inicios de la Leyenda Negra contra España, que como árbol que rinde mucho fruto hay que estercolarlo para que su producción aumente.
¿De qué estiércol se valen las naciones enemigas de nuestra Patria?
De la civilización de las tierras descubiertas por los hispanos y de las supuestas atrocidades allí perpetradas y de la Inquisición, una institución que, aunque no fue privativa de España, pues extendió por toda Europa, siendo en los países protestantes en los que más excesos se cometieron, aunque en el imaginario colectivo, cuando se habla de ella siempre se refiere a la española.
Fray Bartolomé de las Casas
Otra arma que encontraron los enemigos de España fue la malévola explotación a partir de 1578 de algunas obras del fraile dominico Bartolomé de las Casas, especialmente “La Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, que lo escribió en 1552.
A los instigadores de la Leyenda Negra este libro les proporcionó argumentos más que suficientes para continuar atacando a España.
Fue un informe secreto que confeccionó para Carlos I con el fin de presionar para que se endurecieran las penas contra aquellos que no cumpliesen escrupulosamente o infringiesen los mandatos dimanados de “Las Leyes de Burgos”. Aunque el propósito de este fraile al principio era loable, ya que solamente pretendía que quienes no las guardasen fuesen castigados, únicamente sirvió para denigrar a España y fomentar la Leyenda Negra. El resultado fue de los más perniciosos para España, pues suministró munición con la que los enemigos de ella siguiesen disparando para destruirla. Francia, Inglaterra y el resto de los países protestantes encontraron en él un sustancioso documento con el que atacar también al catolicismo.
Consideramos necesario, aunque sea muy someramente, conocer quién era este fraile.
Nació en Sevilla el año 1474, hijo de un hombre rico, Francisco Casaus de origen judío, que acompañó a Colón en su segundo viaje, y se quedó en las Antillas, donde, con la proverbial habilidad que caracteriza a los semitas, creó una gran plantación en la que se dedicó a esclavizar a los indios, cosa normal durante el primer periodo del descubrimiento, a pesar de las leyes en contra de Isabel la Católica.
Bartolomé estudia en Salamanca y marcha a las Indias a administrar la cuantiosa herencia paterna en la que utilizó los mismos métodos brutales que se practicaban por entonces, y se sirvió, aunque estaba prohibido por las leyes españolas, de esclavos indios.
A los treinta y cinco años experimentó una conversión, superó la fase de esclavista y profesó como dominico, transformándose en un intransigente partidario de los indios y de sus derechos.
A partir de entonces inició una delirante campaña de difamación de la gigantesca epopeya española en el Nuevo Mundo.
Hay quienes piensan, dentro de un análisis freudiano, que posiblemente sus ancestros judíos aflorasen inconscientemente e hiciesen resurgir la hostilidad inmemorial contra el catolicismo, especialmente el español, y quisiese resarcirse de la próxima en el tiempo, expulsión de los judíos en 1492, cuando él solamente tenía dieciocho años.
Pero no tenemos que recurrir al psicoanálisis, pues su padre, judío converso, o de segunda generación, mantendría y le inculcaría cierto ánimo de revancha contra la monarquía española causante de la expulsión, por lo que posiblemente no pudiese sustraerse a un inconsciente que, mediante la enfermiza difamación de sus compatriotas y sus hermanos de religión, ocultaba una especie de venganza.
Estudiosos de su personalidad lo definen como obsesivo, vociferante, dispuesto en todo momento a acusar a los demás que eran los malos en contra de los indios que representaban la bondad genuina. Sus biógrafos no dudan en calificarlo como que vivía en un estado paranoico de alucinación, dentro de una ofuscación mística que le hacía perder la conciencia de la realidad. Estos juicios tan severos los ha defendido Menéndez Pidal, quien, como español, podría tacharse de parcialidad.
Pero, William S. Maltby, que no es español, sino norteamericano con ancestros anglosajones, y profesor de Historia de Sudamérica en una universidad de Estados Unidos, no duda, en el estudio que publicó en 1971, sobre la Leyenda Negra, manifestar que “ningún historiador que se precie puede hoy tomar en serio las denuncias injustas y desatinadas de Las Casas”, y concluye: “en resumidas cuentas, debemos decir que el amor de este religioso por la caridad fue mayor que su respeto por la verdad”.
El caso es que sus disparatadas acusaciones tuvieron eco en España y Carlos I las atendió y, es más, lo nombró “Defensor de los indios” y se aprobaron severas leyes para proteger a los indígenas.
Sin embargo, esta defensa a ultranza no pudo tener peor resultado. Al prohibir que los indios trabajasen en las haciendas españolas, como se hacía necesario una gran cantidad de mano de obra, hubo que importarla con la compra a los negreros holandeses, ingleses, portugueses y franceses que vendían esclavos importados de África, capturados por los árabes musulmanes.
Este enorme negocio de la trata de negros en manos de musulmanes y protestantes no tuvo gran repercusión en el área hispana, sí afectó de forma marginal a alguna zona bajo el dominio español, especialmente, y casi en su totalidad a las islas del Caribe.
En el resto de las regiones, en la central y andina, encontramos población mayoritariamente india y un espléndido mestizaje hispano indiano, con escasa representación de negros, cosa que no ocurre en el sur de los estados Unidos, Brasil y las Antillas, inglesa y francesa.
En los Estados Unidos de América la esclavitud fue oficialmente prohibida, tras una guerra civil, también llamada de Secesión, en la que los Estados del Sur, esclavistas, luchaban contra los del Norte, abolicionistas, por el presidente Lincoln en 1836, aunque todavía se continúa dando muestras de intolerancia sobre todo en los condados del Sur. En los que, hasta hace poco tiempo, se prohibía la entrada a los negros en los locales frecuentados por blancos, así como en las escuelas.
La flagrante injusticia del fraile
Las Casas defendió a ultranza a los indios, pero le prestó poca atención y no sintió compasión por las grandes cantidades de negros que llegaban de África. Es más, permitía que fuesen esclavos, así como también mostraba su conformidad que viviesen en esclavitud.
El fanatismo exacerbado que lo arrebataba lo llevó a grandes insensateces. En palabras del norteamericano William S. Maltby, “las exageraciones de Las Casas lo exponen a un justo e indignado ridículo”. O, por citar a Jean Dumont: “Ningún estudioso que se precie puede tomar en serio sus denuncias extremas”. Celestino Capasso nos dice: “Arrastrado por su tesis, el dominico no duda en inventarse noticias y en cifrar en veinte millones el número de indios exterminados, o en dar por fundadas noticias fantásticas como la costumbre de los conquistadores de utilizar a los esclavos como comida de los perros de combate…”.
La mayoría de sus acusaciones, por no decir todas, son producto de su calenturienta imaginación, ya que no se basan en hechos comprobados y verificados por él personalmente, sino que ofrece aportaciones de terceros, la mayoría de ellos empeñados en desacreditar la labor que los hispanos llevaban en el Nuevo Continente.
La obra de Bartolomé de las Casas está plagada de errores descomunales sin base en la que sustentarlos.
Cuentan que a Otto Bismarck le preguntaron en cierta ocasión que qué país era el más fuerte del mundo, y respondió que España porque los españoles llevan siglos intentándolo y no lo han conseguido. Yo puntualizo, los españoles quieren destruir a España desde que esta se constituyó como nación con los Reyes Católicos.
Manuel Villegas Ruiz