Pedro Antonio de Cevallos nació el 29 de junio de 1715 en la ciudad de Cádiz, hijo del cántabro Juan Antonio de Cevallos y su esposa extremeña Juana Cortés de Arévalo.
Descendía de uno de los linajes más antiguos de Cantabria, gozando el lema de su blasón familiar de la siguiente leyenda:
Es ardid de caballeros cevallos para vencellos.
Este lema aparece escrito junto con su escudo en la torre de Cevallos, ubicada en la localidad cántabra de Alceda.
De corta edad, ingresó en el Seminario de Nobles de Madrid, donde se enroló como oficial de ejército con el grado de capitán del Regimiento de Caballería de Órdenes, al cubrir la vacante consecuencia del retiro del servicio de Manuel Gaspar de Hoyos. Desde tal ingreso, su carrera militar fue fulminante.
El 1 de diciembre de 1741 fue nombrado coronel del Regimiento de Aragón, encomendándosele la formación del 2.º batallón de dicho cuerpo.
Por distinguirse en el ataque de las trincheras de Villafranca de Niza, el 6 de mayo de 1744 se le concedió el grado de brigadier de infantería. En 1746 ascendió a brigadier y el 12 de abril de 1747 alcanzó el empleo de mariscal de campo.
El 27 de octubre de 1749 se le encomendó la comisión de averiguar los desórdenes de los hospitales y el 19 de noviembre del mismo año se le concedió la dirección de ellos.
El 19 de noviembre de 1755 ascendió a teniente general, siendo enviado a Parma con una delicada misión del rey Fernando VI, que desempeñó con tanto acierto como celo.
Al año siguiente fue enviado a Río de la Plata, para ser nombrado gobernador de Buenos Aires, con un encargo especial: la conquista de Sacramento, en la margen septentrional del Río de la Plata. Después de veintiocho días de asedio, los ingleses se rindieron, dejando completamente inútiles las defensas británicas. Estos, al cabo de escasas semanas, hallándose enfermo Cevallos, intentaron recuperar la colonia, sin embargo, después de un tiroteo de escasísimas horas, los asediadores y sus barcos, con el incendio de la nave capitana, abandonaron su intento, mientras el cargamento de veintiséis buques ingleses que se hallaban en el puerto cayó en manos de los españoles.
El empeño militar de Pedro Cevallos resultaba imparable. Reparados los desperfectos y debidamente artillada, abandonó Sacramento para iniciar un recorrido por el norte de la llamada Banda Oriental; cruzó el Río Negro, entró en el territorio de Río Grande, batió a los portugueses en Santa Teresa, San Miguel y Chuy y llegó hasta el emplazamiento actual de las Pelotas, realizando una brillante campaña.
Obligado por el Tratado de París de 1763 a entregar Sacramento a Portugal, Cevallos mantuvo los territorios conquistados en Río Grande. Devolvió la ciudad, aunque con sus murallas derruidas y sin los cañones que la defendían, al mismo tiempo que poblaba las inmediaciones para impedir el contrabando de ingleses y portugueses en Río de la Plata. En 1772 regresó a Madrid, con una estancia en la Corte de Parma en 1771, para ser nombrado por Carlos III capitán general del Ejército y provincia de Extremadura y el 18 de septiembre de 1778 gobernador y comandante general de Madrid.
En aquellos tiempos el virreinato del Perú tenía una extensión enorme, siendo difícil su gobierno. A ello había que añadir los ataques de ingleses y portugueses sobre Sacramento. Rotas las hostilidades entre España y Portugal, en julio de 1776, Cevallos fue destinado como virrey al nuevo Virreinato de Río de la Plata, creado por Carlos III. Dicho virreinato comprendía a las gobernaciones de Buenos Aires, el Tucumán, el Paraguay, la Real Audiencia de Charcas y el Corregimiento de Cuyo, todos ellos dependientes hasta entonces del Virreinato del Perú.
Cevallos, conservando los empleos de consejero de guerra y gobernador y comandante general del Madrid, abandonó la península el 13 de noviembre, saliendo de Cádiz con ciento dieciséis naves y nueve mil hombres. Llegado a América en febrero de 1776, inició la campaña conquistando isla Santa Catalina, sin apenas resistencia, ―unos 3.200 portugueses huían sin combatir―, para dirigirse a Sacramento, que también tomó en igual forma. En aquella acción se apoderó de un gran depósito de armas, municiones y ciento noventa y cinco cañones.
Cuando se disponía a proseguir su incursión más allá de Río Grande, ante el pacto de Carlos III y su hermana María I del Portugal, tuvo que detenerse, para el 15 de octubre de 1777 hacer su entrada como Virrey y Capitán General en Buenos Aires.
Si bien como militar su carrera puede destacarse por fulminante y completamente exitosa, su gobierno del virreinato no puede serlo menos. Durante él instauró y aplicó en 1778 la Pragmática o Ley de Libre Comercio, lo cual significaba la autorización del arribo y tráfico de toda clase de mercancías al puerto de Buenos Aires, lo cual devino en un incremento del desarrollo de la ciudad y gobernaciones del virreinato. La expulsión de los portugueses trajo consigo un triunfo contra el contrabando que generaban, lo cual, unido al libre comercio, implicó un incremento en los ingresos fiscales. El efecto peculiar fue el acrecentamiento en la fabricación de carretas, necesarias para el traslado hacia el interior de las mercaderías llegadas a Buenos Aires. Su labor de gobierno amplió la producción agrícola, regulando tanto los horarios, como los salarios, e incluso la alimentación. Reguló la sanción a borrachos y jugadores, estableció una Audiencia en Buenos Aires y se preocupó de la limpieza de las calles, del saneamiento, creando, asimismo, las comunicaciones con las distintas gobernaciones que integraba el virreinato.
Fue escaso el tiempo de su gobierno como virrey; sin embargo, fue sumamente beneficioso para los súbditos del virreinato. Así, Ricardo Levene, historiador argentino, lo califica como uno de los grandes virreyes, innovador por excelencia e implantador de unas medidas económicas en franca contradicción y adelantadas a su tiempo. Mientras tanto, el también historiador Enrique Barba, indica que, merced a su impulso, en las provincias y en todo el Río de la Plata renació un comercio que, sin ser conscientes, estableció el inicio de la futura revolución. En conclusión, su prestigio fue enorme en su tiempo, tanto como militar, como político.
En junio de 1778, recibió de regreso en Buenos Aires a Juan José de Vértiz, que acababa de ser nombrado segundo Virrey del Río de la Plata. Pocos días después, el 30 de junio de 1778, partió desde Montevideo hacia España, acompañado del paludismo que había contraído por allá 1756. Llegado a Cádiz en diciembre del mismo año, emprendió camino hacia Madrid, sin embargo, dado su estado de salud, tuvo que detenerse en Córdoba donde falleció el 26 de diciembre de 1778, en convento de San Jacinto de los padres Capuchinos, siendo sepultado en la Catedral de Córdoba, en una destacada ceremonia ajustada a su prestigio fruto de su conducta como militar y como político.
Facsímil de una impresión que reúne sus apellidos y títulos:
Don Pedro Antonio de Cevallos, Cortés, Hoyos, y Calderón, Caballero de la Real Orden de San Genaro, Comendador de Sagra y Senet en la de Santiago, Gentilhombre de Cámara de S. M. con entrada, Capitán General de los Reales Exércitos, Comandante General de las Fuerzas de Tierra y Mar, destinadas la América Meridional, Virrey Gobernador, y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata, Buenos-Ayres, Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la Sierra, Charcas, y de las Ciudades y Pueblos de Mendoza, y de San Juan, Superior Presidente de la Real Audiencia de Charcas, y Super-Intendente General de Real Hacienda, &c.
Francisco Gilet