La batalla de Teruel (y 3)

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Memorias del capitán Alfonso Fernández de Córdoba

 

          En vista del éxito relativo que habían obtenido en esta salida y viendo que pasaron desapercibidos, ordené otra inmediata, que dio como resultado dos mantas llenas de puros, cajetillas de todas clases, etc. que nos proporcionó una gran abundancia de tabaco bueno; había hasta cajas enteras de Bolívar, verdaderas vigas de tamaño descomunal.

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Antiaéreos en Teruel.

          La noche se presentaba aparentemente tranquila, únicamente con tiroteos a las ventanas que dan a la estación, en lo que hacían un verdadero alarde de sus armas automáticas que manejaban con pericia, marcando los tiempos de intento para que pareciera el canto de C.N.T. – F.A.I.,  C.N.T.-F.A.I., y ta-ta-ta-ta-ta—ta-ta- (una copita de ojén) que nos molestaba por lo que suponía de guasa y de buen funcionamiento y práctica del tirador.

          En vista que no había novedad, organicé el descanso de parte de la gente y oficiales que realmente era necesario, pues llevábamos varios días sin poder dormir.


Imagen de las posiciones (asedio a Teruel)

          A las dos de la mañana me eché un rato y a las tres me despertó el Teniente Hiraldo diciéndome habían incendiado el cuartes; efectivamente, subí con él y vi desde una ventana arder el camión que estaba en la puerta y también el ángulo o esquina inferior del cuartel en la calle, este segundo que era el más peligroso fue extinguido con relativa facilidad. Encontramos algunas botellas de líquido inflamable tiradas por los rojos que no se habían roto y semejantes a las que habían provocado los incendios, tenían una cuerda atada al cuello que indicaba que las habían tirado volteando para que llegaran a su objetivo; también vi que las casas de enfrente del cuartel, al otro lado de la calle estaban en su poder.

          Cuando el Alférez Romero volvió de su fracasado intento de enlace, me comunicó que en un refugio próximo al cuartel, había unas cuantas mujeres y niños que estaban sin amparo alguno y que me pedían las admitiera en el cuartel.

          Acordándome de eso y queriendo aprovechar la noche para su traslado, ordené salir una patrulla que a los diez minutos llegó con ellos; eran 20 o 24 mujeres y ocho o diez pequeños que instalé al fondo del profundo garaje del cuartel, sitio bastante seguro donde las pobres se acomodaron lo mejor posible en el suelo. Y así amaneció el día 23.

          A las cinco horas, aproximadamente, el centinela de la puerta principal, donde tenía montado un servicio de guardia al mando de un Alférez, detuvo a un paisano, anciano ya que fue reconocido por un guardia como vecino de Teruel y persona de derechas, le interrogué, diciéndome que indudablemente no le habían detenido los rojos, por creerle uno de ellos o por su edad avanzada y aspecto inofensivo.

          Esto me sugirió la idea de enviarle a la comandancia como enlace, no atreviéndome a darle nada escrito por precaución y únicamente le dije que si llegaba bien dijera esperaba órdenes, agua y comida, que se preocupasen por enlazar conmigo como yo me había preocupado de enlazar con ellos. Este hombre salió cuando empezaba a clarear el día volviendo hacia las 8,30 con un pozal o cubo de agua mediado (en el camino se le fue la mitad) y con un saco de doce botes individuales de cocido riojano.

Hombre con niño tras la entrada de los rojos en Teruel.


Aún no comprendo cómo le permitieron pasar sobre todo a la vuelta, a plena luz. Dijo que no le habían dado orden alguna para mí, ni hecho comentario alguno.

          Con el día empezó un cañoneo intenso, que además de producir las naturales bajas, iba deshaciendo la parte alta del edificio, lo que nos hacía estar constantemente envueltos en una nube de polvo, cascotes y gases de las explosiones y dando la sensación de enharinados por tener blancos de polvo el pelo, bigote, cejas y pestañas. Empezó a sentirse la sed, más de imaginación aun por saber la falta de agua que la real.

          El cubo y medio de que disponía estaba en una tina convenientemente custodiada por un veterano de la Guardia Civil, con órdenes severas de no dejar acercarse a nadie. Esta agua estaba destinada a los heridos que iban aumentando considerablemente.

          A las 12 se distribuyó el “rancho” que consistió en un pedacito de jamón, media patata cruda por barba y un vasito de vino para cada ocho hombres, de comer no fue mucho realmente, pero en compensación se dio a cada hombre, fumase o no, un espléndido cigarro envuelto en papel de celofán, una cajetilla y tabaco suelto, la ley de las compensaciones.

          Este día se retiraron con su orden correspondiente las fuerzas que guarnecían el convento de San Francisco, el Seminario, esta posición guardaba respecto a la mía una situación un poco más avanzada y a mi flanco derecho, así que su retirada dejó desamparado dicho flanco pues el Seminario queda más retrasado.

          Los “tancazos” se alternaban con el 15,15 y el 12,40 y había momentos en que parecía que se iba a desplomar todo el cuartel, por la violencia y número de las explosiones y era milagro, no hubiera muchas más bajas, que las que realmente se iban produciendo. Nuestros muchachos desde sus puestos tiraban poco, pues tenían orden de aprovechar las municiones y además, era raro el rojo que se dejaba ver, únicamente a distancia, por la estación y circulando entre vías y vagones, se veían algunos que se hostilizaban convenientemente produciendo bajas vistas.

Tanques rojos frente a la plaza de toros de Teruel.

          Precisamente en la fachada orientada en esta dirección y alrededor de las 16 horas, estaba el Padre y Alférez de Falange don Vicente Guillén en una ventana, hablando con uno de los centinelas, cuando una bala explosiva le perforó el vientre, produciéndole el rasgamiento del peritoneo y salida parcial de intestinos, con vómitos de sangre.

          El pobre falleció al poco rato pues nada se pudo hacer por evitarlo.

          Al morir él, ya que estábamos sin médico del cuerpo, nos quedamos también si el de las almas, que para todos era mucho más importante y sobre todo en momentos como los que estábamos viviendo, que cada minuto que pasaba, más cerca se veía uno de la muerte. Que gran desconsuelo, egoísta quizás, nos produjo esto, y saber que en el último momento no se podía esperar, más que morir sin poder recibir siquiera el Sacramento de la Penitencia.

          La gente esta tarde tenía ya la obsesión del agua, y la pedía en cada momento, yo hice todo por encontrar, en tuberías viejas, en una especie de pozo antiguo, en un riego que pasaba por la fachada posterior del cuartel, en los termosifones de los pabellones y en fin, hasta debajo de las piedras! Todo fue inútil y únicamente en un pabellón se encontraron dos botes de leche condensada que yo mismo llevé a las mujeres ¡pobres! para sus hijos pequeños. Estaban naturalmente nerviosas y espantadas de tanto cañoneo y rezaban constantemente el Santo Rosario. Pero en sitio hasta entonces y hasta el final seguro, pues no sufrieron ni un rasguño.

          También ese día volaron sobre Teruel las dos aviaciones, Nacional y roja, pero debido sin duda a la mezcla de fuerzas, no bombardearon el casco, limitándose a hacerlo sobre las posiciones enemigas cada uno,

          Al anochecer cesó el cañoneo y casi el fuego de fusil y máquinas, pero empezó otra vez desde los tejados de las casas vecinas que dominaban al cuartel en altura, el lanzamiento de botellas inflamables y de bombas de mano, estas últimas, llegaban con frecuencia al patio del cuartel, indudablemente lanzadas como las botellas por honda o con fusil y llegó a ser peligroso el paso por el patio, y a producir bajas; siendo este patio tránsito obligado para acudir de un cuerpo al otro de edificio, era una dificultad más que se añadía a las ya existentes.

          En este día tuvimos de bajas tres muertos, entre ellos el Alférez de Falange y siete heridos que en unión de los del día anterior, fueron colocados en colchones en la misma nave que las mujeres y niños, pero en la entrada, que era sitio también seguro, y como dicha nave o garaje, en su centro hace ángulo recto, quedaban en realidad como dos naves unidas en escuadra; en la primera los heridos y al fondo de la segunda las mujeres, que de esta forma no veían a aquellos.

          Fenómeno corriente en todo herido, es la inmediata sensación de sed, siendo en este caso dramático, pues la única obsesión de todos era la del agua, que pedían a gritos, teniendo los practicantes que engañarles, con una gota que les ponían en los labios, pues aunque la existente era solo para ellos, aumentaban cada vez más y no sabíamos los días que íbamos a estar en esas condiciones.

Huérfano de un hospicio con soldados del ejército rojo.

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          En cuanto a su alimentación era todavía más difícil pues, ¿qué se les iba a dar? En el patio quedaban algunas palomas que a los tiros revoloteaban espantadas por lo que intentamos matar algunas con los fusiles, consiguiendo reunir unas cuantas que asadas en brasas proporcionaron para los heridos algunas pechugas que comieron con avidez, pues si la sed empezaba a ser grande,  también lo estaba siendo el hambre.

          Durante la noche se produjeron algunos incendios provocados con botellas, pero gracias a Dios y a estar todo el mundo alerta y preparado, se fueron extinguiendo sin demasiada dificultad. Y así amaneció el día 24.

          Mi preocupación constante era enlazar con la comandancia, pues comprendía que en las condiciones que estaba era imposible continuar mucho tiempo y por otro lado, yo estaba defendiendo una posición que aunque ni siguiera me fue entregada ni recibí instrucción alguna, no podía abandonar de ninguna manera sin orden expresa de hacerlo así. Tenía esperanza que el mando, intentase en el día que empezaba el enlace conmigo de alguna forma, pues a mí ya no se me ocurría procedimiento para conseguirlo.

          Como el día anterior, empezó con el sol el cañoneo, que fue aumentando en intensidad conforme el día avanzaba, así como los “tancazos” y lluvia de bombas de mano en el patio.

          Las bajas aumentaban considerablemente y en algunos sitios era materialmente imposible sostener un centinela, pero lo más indignante es que a pesar de tanto alarde y potencia de fuegos, no se dejaba ver ni un rojo, ni hasta ahora había sido intentado ni una vez el asalto al cuartel. Este día hubo también bastantes bajas por la fachada posterior que daba a la calle, pues desde puertas y ventanas, pero siempre camuflados, paqueaban de muy cerca y los tanques que subieron ya por ella, tiraban a placer sobre las plantas bajas de la fachada.

Imagen de tiradores rojos batiendo un edificio en Teruel

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          A la hora de rancho se distribuyó un bote individual de cocido riojano para cada veinte o veinticinco, total nada, ni una cucharada por barba y vino, lo mismo que el día anterior.

          La falta de agua era cada vez más sentida, había algunos, que más bajos de moral, la pedían a cada momento y querían salir a la calle a buscarla, yo creo que era más obsesión que sed verdadera, es decir, que era el principio de esta, y el no pensar en otra cosa, aumentaba la sensación de necesidad de beber, pues lo oficiales, que estábamos sujetos exactamente al mismo régimen que todos, lo llevábamos mejor, claro que porque es otra moral, pero también creo que yo por tener preocupaciones graves que nos distraían y no nos dejaban pensar tanto en ello.

          Este día se acabaron los escasos medicamentos que en las bolsas había, únicamente quedaban media docena en junto de inyectables de aceite alcanforado y cafeína y tuve que dar la orden tremenda a los practicantes de que estas inyecciones las reservasen para casos graves nada más, no utilizándolas ni en heridos de mediana gravedad ni en los gravísimos. De alcohol, yodo, vendas, gasas, algodón, no había ya nada de nada y toda la cura que se le podía hacer a cada herido era nada más que vendarle con tiras que se cortaban de sábanas usadas y sin lavar,  ni una gota de agua para lavar las heridas. Era realmente terrible verlos en ese desamparo y sin médico; en esas condiciones, algunos morían por falta de asistencia y todos con la obsesión del agua, que pedían a gritos, era impresionante entrar en esa nave, que le hacía a uno preferir la muerte rápida mejor que encontrarse en esas circunstancias.

          Este día aumentaron las bajas extraordinariamente, muchas por derrumbamiento producidos por las explosiones, pues los cascotes hacían las veces de proyectiles, llegando a treinta los heridos y cuatro muertos y así, sin contacto ninguno con la comandancia o seminario, en completo abandono moral y material, empezó la noche, que en otros años habíamos sido todos tan felices y habíamos estado en completa paz . . .,  qué contraste, ¡era la Nochebuena de 1937 !

          ¡ Nochebuena ! Era la que empezaba, y sin duda por eso mismo estábamos todos algo tristes y caídos, recordando en esa noche como nunca, la familia, Misa de Gallo, cena, etc. Y en fin, tantas cosas agradables que habíamos vivido otras anteriores, y que en esta parecían estar tan alejadas. . .  como es natural, no se pudo festejar de ningún modo, ni siquiera bebiendo un vaso de agua, que de seguro, a nadie le faltaría. . .

        A las 12 en punto el Alférez Rodrigo y el Teniente Hiraldo me llamaron para “cenar”. . . media patata asada, que nos supo mejor que los turrones de otros años, y yo, entonces, haciendo un exceso, repartí entre los tres un vaso de vino y luego encendimos los tres un espléndido “Bolivar” y  así la festejamos.  Al salir nos deseamos mutuamente Felices Pascuas y la esperanza que las próximas las pasaríamos en nuestras casas (las pasamos prisioneros).

          A eso de las tres de la mañana y en el anhelo de enlazar con la comandancia de cualquier modo que fuera, se me ocurrió subir al piso alto en el que desde un ángulo, se veía bien la parte alta del otro edificio, e intentar con una linterna eléctrica comunicarme por destellos (por medio del alfabeto “Morse”).

          Efectivamente así lo hice, y estuve, aún a riesgo de que vieran los rojos los destellos de llamada, mas de una hora, pero o no había nadie, en la parte esa de la comandancia, o si la había, no vio los destellos, y caso es que también falló este procedimiento y que nosotros seguíamos incomunicados; era esa mi constante y mayor preocupación pues yo necesitaba órdenes o instrucciones urgentemente ya que cada hora que pasaba era más difícil sostener el tinglado que yo y todos veíamos se iba abajo como Dios no lo remediara.

          Empezó el día 25, día de Navidad. . ., las bajas habidas, la falta de comida y sobre todo de agua, el cansancio, el abandono moral y material en que estábamos y que por más que hacíamos los oficiales no lo podíamos evitar, el haber pasado antes de entrar en el cuartel, tres o cuatro días de retirada constante que es lo que más deprime la soldado, la falta de tantos compañeros y de las clases y oficiales conocidos,  todo eso eran factores que obraban en sentido desmoralizador entre los soldados, de tal manera, que quitando honrosas excepciones la gente estaba completamente exhausta. A muchos había que amenazarlos seriamente para que continuaran en sus puestos y llegué a tener que colocar a la  inmediación de cada dos o tres centinelas un Guardia Civil en funciones como Cabo, para hacerles aguantar en su sitio, y a pesar de esto, muchos conseguían esquivar el bulto.

          A un soldado que me encontré tumbado en un rincón le hablé para que fuera a su puesto, contestándome que le diera agua y entonces podría ir, en vista de eso, saqué mi revólver y con él le amenacé para obligarle, y entonces me dijo: “tíreme Capitán y máteme si quiere, pero de aquí no me muevo”. Claro que no tiré, aunque quizás me faltó poco,   pero él, al minuto estaba donde debía, llevado a la fuerza por dos Guardias Civiles.

          Así es como estábamos, yo veía que eso se deshacía, que a cada momento, tenían que obrar los oficiales con más energía, que en otras circunstancias hubiera sido crueldad y que a pesar de todo, cada vez era más difícil mantener a la gente. . . .

          Ese día el cañoneo fue realmente espantoso, las baterías rojas estaban emplazadas tan cerca, que se oían simultáneamente la explosión de salida y la de la granada. No callaban un momento, toda la parte alta del cuartel se iba viniendo abajo deshecha, y la fachada de la estación parecía una criba gigantesca.

          Los heridos aumentaban cada vez más, así como los muertos y yo veía que si no nos llegaba pronto todo lo necesario, en esa posición en esa que al azar me había hecho su jefe, era materialmente imposible continuar así. Todos estábamos blancos de polvo de las explosiones , que nos resecaba más aún la boca y la garganta, dolorida de gritos y órdenes que constantemente había que dar.

          A media mañana, 9,30 o 10, un tanque subió por la calle del cuartel y desde las ruinas del piso alto a la que ya había que subir por los escombros y con una escalera de mano, dos muchachos voluntarios, valientes y decididos, con las botellas de gasolina y bombas de mano, le hicieron retroceder por dos veces, hasta que de un “tancazo” hirieron a los dos, por cierto que uno de ellos recién “curado” volvió a subir, ya solo con bombas de mano de las que quedaban media docena, pues las botellas se habían terminado.

Barricadas con caballos muertos


          Este día no pararon los tanques de hacer excursiones por esa calle llegando hasta la puerta o pasando por delante de ella y cañoneando toda la parte baja de esa fachada. A los últimos ya no se les pudo lanzar ni una bomba de mano pues se habían agotado. . .

          Estando el Alférez Casanova (de infantería) del regimiento de Gerona en su puesto de Comandante del servicio de guardia en la habitación que da a la puerta principal y con él el centinela, un cabo y cinco soldados, atravesó la puerta un proyectil que hizo explosión en el interior de esa habitación, matando instantáneamente a los ocho, indudablemente debido a la onda que se produjo, pues casi ninguno tenía más que arañazos y rozaduras, pero ninguna herida que pareciese grave.

          Este Alférez por su valor y espíritu se había distinguido desde el primer momento; una prueba de eso fue que estando herido hace días y algo enfermo, le hice relevar en contra de su voluntad y acostarse, y a las 24 horas, sin estar aún bien, me dijo que no estaba tranquilo en la cama y que le parecía que faltaba a su deber; volviendo entonces al puesto glorioso donde a las pocas horas encontró la muerte.

Ejército rojo avanzando con los tanques por Teruel


          Al igual que a los demás fallecidos, les recogí documentación, dinero, medallas, reloj, etc. Y su nombre se agregó a la triste relación que cada día aumentaba.

          Lo mismo esos objetos, que el dinero y la relación,  nos fue arrebatado por los rojos cuando nos despojaron de todo a las pocas horas de estar prisioneros.

          Este día no se pudo repartir nada de rancho, tampoco se distribuyó vino, pues el poco que quedaba quería reservarlo para los heridos, ya que a los que no eran de vientre, se les daba, y les reanimaba mucho. Únicamente un buen cigarro y tabaco suelto se repartió a la hora de rancho, realmente no fue mucho para ser Navidad y como algunos vieron que se distribuía, creyeron probablemente que era de comer, pues se vieron caras serias al ver que solo era tabaco.

          Por la tarde, poco antes de anochecer y aprovechando las incursiones de los tanques intentaron los rojos por dos veces consecutivas el asalto al cuartel, en ninguna de las dos llegaron ni con mucho a acercarse a la fachada, a pesar de que no teníamos ni siguiera bombas de mano, pero los centinelas, como nunca veían a un rojo, en cuanto los vieron, se aplicaron con sus fusiles, y en ellos, faltos de arranque, fue lo suficiente para que creyeran más cómodo replegarse.

Hora del rancho, frente de Madrid, rojos en la casa de campo.

          Después del segundo intento se hizo de noche, y como en las anteriores, empezó el consabido bombardeo con honda, de botellas inflamables, una de ellas incendió el cuarto de al lado de la guardia entrando por una ventana y costando bastante apagarlo.

          Después de eso, empezó la calma, pues había cesado de hacer fuego la artillería que había terminado durante el día de hacer polvo y derribar el piso alto; únicamente se oían algunos “pacos” y ráfagas cortas.

             Arcos en Teruel tras la artillería.


          La situación era insostenible, durante el día había habido 10 muertos y 28 heridos, lo que daba ya un total con los días anteriores de 19 muertos y 68 heridos, es decir, 87 bajas de 265 hombres en menos de cuatro días completos, la moral de la gente era cada vez peor, fenómeno natural, pues a cada momento se sentía más el hambre, la sed y en fin, todo lo dicho, yo comprendía que el día siguiente iba a ser imposible resistir en esas condiciones si se decidían a ir por el cuartel y me hice el firme propósito de enlazar esa noche, costara lo que costara con la comandancia, ya que desde allí parecía que hasta desconocían nuestra existencia y resistencia.

          Sabía que estábamos rodeados por todos lados, así que la duda era ver qué convenía más, si intentar con un grupo numeroso de hombres romper el cerco y por la fuerza llegar donde queríamos o si bien, sería mejor intentarlo por sorpresa y pasando desapercibido, un hombre o dos solamente.

          La primera idea, la descarté por varios motivos: 1º, suponía que las fuerzas rojas que nos rodeaban eran muy numerosas. 2º, yo, como Comandante militar y jefe de la posición no podía abandonarla marchando al frente de este grupo. 3º, No teníamos bombas de mano, imprescindibles para lo que se trataba. 4º La vuelta al cuartel sería muy difícil, pues ya estaban avisados y por otro lado, este retorno era imprescindible para que el enlace fuera real y llegaran al cuartel las órdenes o instrucciones que diera el mando. En vista de todo eso, decidí intentarlo por el segundo procedimiento, es decir, pasando desapercibidos los dos enlaces que lo efectuasen.

          Ordené para ello a los oficiales me enviasen, a un cuarto donde quedaban los restos del tabaco y vino, a todo el que voluntariamente se prestase para un cometido o misión difícil y arriesgada.

          Se presentaron dos al poco rato, un Guardia Civil motorista, llamado Prada, y un guardia de asalto llamado Sánchez, ¡dos valientes! Les expliqué en qué consistía el servicio que de ellos necesitaba, tenían que salir enseguida y solo con sus pistolas, pues probablemente tendrían que arrastrarse por el suelo y los fusiles podían molestar, llegar a la comandancia y allí, como a los dos les conocían muchos guardias, decir que eran enlaces y dar sus nombres para que no les tomaran por rojos y les franqueasen las puertas; una vez dentro debían llegar hasta el despacho del Coronel y explicarle exactamente las circunstancias en que nos encontrábamos y las dificultades que aumentaban a cada minuto que pasaba; no les daría nada escrito por si acaso eran detenidos y tenían después que traerme al cuartel las instrucciones u órdenes del Coronel. Yo sabía que era muy difícil que estos dos guarias terminaran felizmente su misión, es más, estaba casi convencido que no la podrían llevar a cabo; pero si esto era difícil, había otro peligro que yo también veía, y que me preocupaba más que el primero, y era, que estos dos hombres, si tenían poca lealtad una vez que consiguieran llegar a la comandancia, se mezclaran con la cantidad de gente que habría allí, no dieran mi parte, y no intentaran volver, eso lo pensé porque en la comandancia había comida, pero además había agua. . . , yo se lo dije claramente, aún a riesgo de ser yo quien les diera esa mala idea, pero también les hice ver, que si hacían eso, les prometía que pasase lo que pasase, siempre quedaría alguien que sabría su traición y en ese caso, nada les libraría de una castigo ejemplar, mucho más cuanto yo les iba a poner de plazo para su vuelta las 24 horas de esa noche, y que si a esa hora no habían regresado por no poder, bien, pero que si era por no querer, sobre ellos iría la responsabilidad de lo que les pudiera ocurrir a los otros enlaces que mandaría, bien voluntarios,  bien forzosos, pues estaba decidido esa noche a enlazar, porque era necesario a pesar de que sabía que todos lo que lo hicieran se jugaban la vida. A cada uno le di dos vasos de vino, pues hacía falta que fueran animados y a las 9 en punto de la noche y después de abrazarles y prometerles que su acción tendrá algún día su recompensa. . .  les ordené salir, como así lo hicieron.

Casas de Teruel

          Pasó el tiempo que se hacía eterno, hasta las 23 horas estuve esperanzas de que volvieran, luego no. De todos modos, no quise que salieran los siguientes hasta que llegara la hora marcada. A las 23 horas 45 minutos, pedí otros dos voluntarios, no salieron; entonces hablé a un grupo de Guardias y les eché en cara su falta de valor; hubo uno, (se llamaba Centellas) que me dijo que si había otro voluntario que le acompañara, el iría; salió otro.

          Les di las mismas instrucciones y reflexiones, les di también un poco de vino y un abrazo y a las 24 horas en punto de mi reloj, al ver que los otros no volvían, les ordené salir, haciéndolo así . . .

          Creo interesante y oportuno anotar ahora, algo de lo que me enteré meses después, ya prisionero de los rojos; y es lo sucedido a los Guardias Prada y Sánchez, salieron del cuartel escurriéndose a lo largo de la fachada y con muchas precauciones  y rodeos, consiguieron después de pasar al lado de centinelas y patrullas de rojos, llegar hasta unos cinco metros de la fachada de la comandancia, al llegar allí eran aproximadamente las 21,45. Dieron unas voces a nuestros centinelas, que al divisarlos, les hicieron varios disparos desde las ventanas del edificio, indudablemente tomándolos por enemigos.

          El Guardia Civil Prada, cayó con un balazo en la cabeza y otros en el cuerpo para no levantarse más y al de asalto Sánchez, le hirieron de un balazo en el vientre atravesándole y también cayó . . .Lo más triste es que eso fue debido a una equivocación. . . Este último, al verse herido empezó a hablar en voz baja a los centinelas diciendo su nombre y que era un enlace “del capitán de caballería que estaba en el Cuartel de la Guardia Civil”, al cabo de un rato, le reconoció un compañero por la voz y salieron dos soldados que le recogieron, metiéndole dentro de la comandancia.

          Enseguida, al ver su herida, le llevaron al botiquín,  donde un médico le reconoció y al percatarse de la gravedad de la herida dijo que tenía que intervenirle inmediatamente, efectivamente, así iba a hacerlo, pero cuando el guardia se dio cuenta que le iban a anestesiar para operarle, dijo que se negaba en absoluto a operarse hasta que no diera el parte verbal que llevaba.

Combates frente a la plaza de toros de Teruel.


          Esto, a pesar de la insistencia del médico que quería hacerlo inmediatamente, pero no pudo convencerlo. Entonces, avisaron a un jefe (Comandante García Guiu) que llegó al botiquín donde el heroico guardia Sánchez le dio cuenta con todos los detalles que yo le había ordenado y cuando terminó dijo, que también quería hacer constar, que si no volvía al cuartel era porque no podía y que tuviesen cuidado y estuvieran alerta, pues yo había dicho que si ellos no regresaban, enviaría otros enlaces que saldrían a las 24 horas.

          Después de eso, dijo que ya estaba tranquilo de haber cumplido con su deber y que estaba dispuesto a dejarse operar. Le durmieron con mascarilla y el desgraciado y valiente Guardia de Asalto Sánchez no despertó más. . .

          Siguió lentamente pasando el tiempo; a la 1 hora del día 26 que empezaba y en vista de que los segundos enlaces no volvían, aunque lo había dado de plazo hasta las 2 horas, reuní a los Oficiales aprovechando un rato de calma. En esa reunión les dije que tenía pocas esperanzas en que el enlace intentado tuviese éxito y que en vista de la gravedad de las circunstancias que ellos sabían tan bien como yo, y a pesar de que como jefe de la posición reclamaba y echaba sobre mí toda la responsabilidad de la decisión que tomase, creía mi deber saber la opinión de cada uno aunque yo luego obrase como me criterio me dijera. Efectivamente empezando por el más moderno, fueron todos dando su opinión. En la mayoría fue, que desde luego era materialmente imposible llegar a la comandancia rompiendo el cerco, aún a costa de tener que dejar allí a los heridos, mujeres y niños, que eran un lastre demasiado pesado que haría fracasar el intento. El Alférez Félix Espuelas, que por su valor y gran espíritu se había distinguido, fue de  la opinión de resistir aunque solo fuera una hora más, todo lo que se pudiera, aunque allí cayeran todos los habitantes del Cuartel.

          Di la reunión por terminada y ordené marchar cada uno a su puesto. Eran aproximadamente la 1,30. Yo también era de la opinión de evacuar el Cuartel, pero al fin y al cabo eso era una retirada, que no debía hacer sin orden expresa, estaba realmente agobiado y sin saber qué partido tomar. Un Oficial del piso alto, de la fachada de la calle, me mandó un enlace diciendo que le faltaba mucha gente y que si podía subir. En el momento que salía en esa dirección, llegó el Guardia Centellas con su compañero y se me presentaron nerviosos y alegres diciendo que venían de la comandancia.

          Me traían un papel escrito a lápiz que decía al pie de la letra:

Sr.  Capitán Fernández de Córdoba: enterado de las circunstancias en que se encuentra y siendo esa posición insostenible, queda autorizado para proceder a su evacuación a esta Comandancia, debiendo evacuar heridos y población civil así como armamento útil y restos de municiones. Siendo imposible protegerlo desde esta Comandancia establecerá con sus propias fuerzas el servicio de protección y seguridad para efectuarlo. Teruel a 1  hora del 26-12-1937.

          El Coronel Comandante Militar

          P.O. Ignacio Gasca (Coronel de Infantería)”

                    Verdaderamente que algunas veces es imposible explicar lo que se siente, pues no hay o no se encuentran palabras para relatarlo. . .  hay que vivirlo. Nadie puede figurarse el peso tan enorme que esta orden me quitó de encima, pues no creí nunca que me llegara el enlace y la posición que mandaba era insostenible, con esta orden autorizándome a evacuarla se me abría una puerta para  poder salvarnos todos o los que Dios quisiera, y sobre todo mi responsabilidad, y eso que eran una orden tan difícil de cumplir. Pues solo para evacuar los heridos que ya llegaban a 70, necesitaba distraer para ello lo menos otros tantos hombres útiles, y luego las mujeres y los ¡niños! Desde luego era imposible pensar en pasar desapercibidos, había que intentarlo por la fuerza y para eso eran muchos heridos y muchas mujeres. . . .

          Antes de subir al piso superior y al darme cuenta de que en el piso bajo había cundido como un reguero de pólvora la noticia de “nos vamos a la comandancia”, temí que la gente deseando ya abandonar sus puestos, que realmente eran cada vez más difíciles de mantener, se precipitara antes de recibir órdenes, por lo que a los Oficiales que quedaban en esa planta baja (quiero recordar que dos, un Alférez de artillería y un Alférez de la Guardia Civil) les recomendé reiteradamente que se multiplicasen y sostuvieran a la gente en sus puestos a toda costa, hasta mi regreso de la parte alta.

          Cuando llegué a esta última planta, comprendí toda la gravedad de la situación. El panorama era muy feo. . .,  mucha gente faltaba de sus puestos, los Oficiales se desesperaban, pues se veían impotentes para vigilar a todos los repartidos en boquetes y ventanas; y lo que es peor, algunos que se habían pasado a los rojos al otro lado de la calle, entre ellos dos clases de la Guardia Civil gritaban y se oía perfectamente “ya hemos bebido agua! “, “venir que no se fusilará a nadie”, etc. etc. y esto  indudablemente era demasiada tentación para algunos débiles de espíritu y que llevaban tantos días de lucha y extenuación.

          A pesar de todo, los buenos soldados que nunca faltan, aunque en número reducido, siguieron en sus puestos, quizás apelando a un último esfuerzo de voluntad y sacrificio, y en vista de eso y creyendo aquello momentáneamente resuelto, bajé otra vez a la planta inferior, acompañándome el Teniente Hiraldo y mi asistente José Ladrón de Guevara que se portó siempre como los mejores y que para mí era una representación, bien diminuta por cierto, de mi Escuadrón.

          Mi Escuadrón de Villarobledo. ¡Cómo lo echaba de menos! No porque lo creyera mejor que la gente que Dios me deparó mandar, pero si porque en él conocía a todos los hombres, hasta sus problemas íntimos, llevábamos mucho tiempo de guerra juntos y estaba compenetrado con él, sabiendo de lo que era capaz cada hombre y cada clase y Oficial, de dar de sí. Era tan distinto a estos pobres restos de 20 unidades diferentes, en las que no veía una cara conocida, pero en las que en todas me parecía leer un reproche, como si fuera yo responsable de la triste situación que estábamos viviendo.

        

Detenciones en la Comandancia de Teruel

  Pero decía, que bajaba otra vez a la planta baja, cuando al llegar al último tramo de la gran escalera, vimos los tres a muchos soldados con sus fusiles al hombro apelotonados al final de ella y en el portalón a que daba acceso, por  lo que por un momento creí, como había temido, que la gente con la prisa por evacuar, había dejados sus puestos para salir antes, cuando la realidad me demostró bien pronto (lo que tardé en bajar los 10 o 12 escalones) que lo ocurrido era bien distinto.

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          Eran los propios rojos los que allí estaban mezclados con algunos de los míos, pues otros ya habían salido, a a la débil luz de alguna vela o candil y a aquellas horas de la noche solo apreciamos un grupo numeroso de hombres pero no sus distintivos. . .  ¿Qué pasó en mi ausencia? Por lo que luego supe, algo parecido a lo del piso alto.

          A nadie quiero culpar, pues es fácil cometer gran error, pero lo cierto es que en aquel momento, las 4 de la madrugada del día 26 de diciembre de 1937, cesó la resistencia en el Cuartel de la Guardia Civil.

          Dios me dio la gracia suficiente para no hacer lo único para lo que hubiera dispuesto del tiempo necesario y que en aquel instante me hubiera parecido la liberación, en comparación con la suerte triste y segura que me esperaba en el cautiverio, del que MILAGROSAMENTE  salí por su «providencia”.

Recopilado y transcrito por: Bruno Altamirano Fernández de Córdoba

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