La sociedad de la España visigoda del siglo VII estuvo estructurada de forma estamental. El grupo social superior se formó por los descendientes de los linajes más antiguos. En el proceso de estructuración de los estamentos tuvieron influencia los siguientes factores: la consolidación del dominio territorial de los reyes, la política unificadora de Leovigildo y el contacto directo de la sociedad visigoda con la romana.
El ordenamiento jerárquico no solo representaba mayor o menor prestigio social, sino que condicionaba la actividad de cada individuo. Si se salía de sus límites, existían leyes que lo castigaban, aunque a pesar de esta aparente rigidez, existía cierta movilidad social.
La principal característica de esta sociedad era la enorme separación que había entre las clases altas y las bajas. La división fundamental era la que había entre hombres libres y siervos. La diferencia jurídica entre ellos era la de poder hacer testamento y testificar ante un tribunal. La cúspide la formaba la aristocracia, sobre la que sobresalía el rey, poseían casi toda la tierra, y el escalón superior lo componía la nobleza palatina. Sus miembros desempeñaban las funciones más relevantes de la corte, la administración civil y el gobierno territorial y local. Sus denominaciones tales como: viri illustres, seniores palatii, maiores palatii, primates, optimates, etcétera, dan a entender que la nobleza quedó reducida a los miembros del Aula Regia. A su vez, estos nobles tenían clientelas y séquitos militares – bucelarios, sayones…-.
La aristocracia hispano-romana que poseía grandes latifundios, se mezcló con la nobleza goda y entró a formar parte de la administración. Hubo un grupo de familias aristocráticas provinciales, los senatores, que sobrevivió hasta el final del periodo.
Los obispos católicos también formaron parte del estamento superior de la sociedad desde la conversión de Recaredo. Tenían un estatuto jurídico propio junto a condes y a duques. Inspeccionaban a los funcionarios de la administración y la distribución de los impuestos entre la población.
Además de las clases privilegiadas, formada por la nobleza palatina, la senatorial romana y el alto clero, existían otros dos grupos más: los hombres libres y los siervos o no libres. Dentro de los hombres libres había godos e hispano-romanos. Estaban sujetos al pago de un impuesto territorial y tenían prohibido enajenar sus patrimonios a gentes exentas de fiscalidad, con la intención de no perder tributos. La mayor parte de los sencillos libres vivieron en las ciudades empleándose en ser: maestros, médicos, plateros, escultores, orfebres, etcétera. De este grupo procedía otro formado por encomendados, bucelarios, colonos y libertos que no habían perdido la libertad, pero tenían limitaciones que los diferenciaban de los hombres libres.
Los siervos o esclavos no constituían una categoría uniforme, procedían de distintas fuentes y sobre todo de padres siervos. Los siervos del rey desempeñaban oficios en la corte, estaban bien considerados e incluso podían tener esclavos. Los siervos de la Iglesia también tenían una consideración especial; la mayoría eran rurales que trabajaban las tierras de iglesias y monasterios. También existieron los siervos particulares o domésticos y los siervos rurales que trabajaban los campos de los señoríos.
De los siervos procedían los libertos que eran siervos manumitidos por sus dueños, muchos procedían de los siervos de la Iglesia. Al comienzo fueron totalmente libres, pero con el tiempo debieron continuar con sus antiguos dueños, ahora convertidos en patronos. De este modo las tierras quedaban trabajadas.
Con respecto a los recursos económicos hemos de decir que la mayor fuente de riqueza del pueblo visigodo fue la agricultura. Actividad que heredaron de los tiempos del Bajo Imperio Romano. La principal forma de explotación fue la villa: con una parte que explotaba el propietario, el dominicatum, y otra parte repartida entre colonos. La tecnología empleada fue el arado, el empleo de animales para arar y trillar, poco abono y largos barbechos de hasta diez años.
Se mantuvo el regadío romano en las huertas. Fundamentalmente se cultivaron cereales, vid y olivo. Con respecto a este último san Isidoro distingue tres clases de aceite: el común, extraído de aceitunas negras, el verde, de olivas verdes, sin madurar, y el hispano, que era el mejor, proveniente de aceitunas blancas. La industria del aceite tuvo una importancia esencial. Hubo también cultivos de frutas y legumbres que fueron tutelados por leyes.
La explotación ganadera sirvió como complemento a la agricultura. Hubo regiones netamente ganaderas como Galicia, donde el ganado constituía el principal medio de vida, según cuenta la Vida de San Fructuoso. También se criaron cerdos; Valerio del Bierzo escribió a finales del siglo VII que abundaron los porquerizos en la zona de León. La cría caballar destacó en la Bética.
La minería decayó mucho con respecto a la época romana, aun así, resurgió con la extracción de plata, plomo, cobre y estaño. Hubo, también, industria textil y curtidos con elaboración de piel y cuero.
La construcción fue abundante durante el siglo VII, aunque no se conserven muchos monumentos. El comercio interior fue escaso y el exterior decayó mucho, exceptuando la exportación del aceite. El comercio interior se centraba en los conventus mercatium, que fueron reuniones de mercaderes para celebrar ferias en las plazas de los pueblos. El comercio exterior lo fomentaron extranjeros de ultramar que se regían por un derecho especial, el “Rodio”, y tenían jueces designados para ello, los telonarii, así como lonjas de contratación propias.
La circulación de moneda fue escasa, porque las clases altas invertían sus ganancias en oro y plata. Pero esto no quiere decir que la economía visigoda no fuese monetaria, todo se valoraba en dinero. El sistema monetario se basó en el sueldo de oro de Constantino (1/72 de libra romana) y en la moneda bizantina. En el periodo de Leovigildo se empezó a acuñar moneda con el nombre del rey, y no del emperador de Oriente. De esta manera, la moneda propia de Hispania, e independiente del Imperio, aparece con Leovigildo (573-586). En el anverso aparecía el busto del rey con la leyenda Liuvigildi regis conob precedida de una pequeña cruz. En el reverso, con el tiempo, se irá imponiendo la cruz, rodeada de una leyenda con el nombre de la ceca (establecimiento oficial donde se fabricaba y acuñaba la moneda).
José Carlos Sacristán