Concurso V Centenario: Diario de un tripulante

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Narración creada por Erika, 2º ESO

Enviada por Prof. Mayte Madera

Colegio Santa Teresa

Agosto 1519:

Aquella mañana me desperté con el olor de brisa marina que caracteriza al mar. Días antes me había ofrecido voluntario para realizar una ruta comercial acompañado de varios navegantes y un capitán portugués que dirigía la ruta.

Éramos varios navegantes distribuidos en naos. A mi me habían atribuido la Nao Victoria.

Trabajar allí era muy emocionante, era un cruce de lenguas y dialectos, tripulantes de Portugal pero sobre todo de España, que fue desde donde partimos la ruta.

Tenía un mar de sensaciones dentro de mí, había dejado a mi madre y mi hermana solas en el puerto de Sevilla, abandonadas, sin familia alrededor que les pudiese acompañar.

Mi padre había muerto hace 4 meses y yo me encontraba sin trabajo. Había ejercido antes como pescador en los mares Mediterráneos a los catorce años cuando mi padre aún vivía.

Dejé de pensar por un momento en mi familia y en lo sucedido cuando oí a alguien gritar mi nombre.

Un señor de larga barba negra y gorro rojizo me llamó pidiendo ayuda para izar algunas velas.

Más tarde en el tiempo libre, retomé mi afición a leer e intenté aprender nuevos idiomas como el portugués.

Solía leer muchos libros que me compraba cuando era más pequeño.

Libros antiguos escritos por autores de otros países.

Por la tarde encontré un chico joven, igual que yo, al que se le acababa de derramar toda el agua de un cubo con agua para fregar.

Le ofrecí mi ayuda aunque se negó rotundamente. Descubrí que se llamaba Nico y que era dos años mayor que yo.

Tenía experiencia como marino y ademas sabía varios conceptos sobre medicina. Era un chico muy listo y con gran sentido del humor.

Avanzó el tiempo mientras hablaba con él hasta que reclamaron mi ayuda para realizar algunos trabajos.

Aquella noche me dormí con una gran alegría que me invadía el cuerpo pero por dentro seguía inquieto por saber que pasaría durante este viaje.

 Abril 1521:

Llegamos a las Islas Filipinas donde desembarcamos para arreglar los barcos, coger víveres, agua y convertir a las tribus de aquel lugar al cristianismo.

Esa jugada nos salió muy cara porque estalló una guerra donde una tribu nos atacó con lanzas y flechas provenientes de sus arcos.

En ese momento, salí a correr en dirección al barco y vi a mucha más gente hacer lo mismo que yo.

Cuando llegué al barco me dijeron que habían matado al capitán portugués y director de la ruta, Fernando de Magallanes.

Dijeron que lo había atravesado una lanza pero nadie sabe el motivo de porque bajó.

Los capitanes nunca solían bajar de las naos para la guerra, él lo hizo.

Mucha gente cuenta que bajó de la nao para proteger a su hijo bastardo embarcado también en la navegación.

La ruta enseguida pasó a ser dirigida por Juan Sebastián Elcano, un tripulante español ahora capitán de la nao Victoria y director de la ruta.

Empezó a faltar comida aunque llevábamos nuestro objetivo conseguido que era encontrar especias.

Los tripulantes empezaron a comer lo primero que se encontraban: ratas, cuero de los mástiles de los barcos…

Perdimos dos naos en una tormenta de las que nos encontramos y muchos de los tripulantes empezaron a ponerse enfermos y comenzaron a decaer en la muerte.

Poco a poco sentía que el no saber que pasaría al día siguiente me consumía y solía intentar despejarme. Sabía que estar en una embarcación no constaba solo de estar dentro de una estructura de madera sino que también constaba de conllevar la vida allí y colaborar con los quehaceres.

Durante aquel año había aprendido muchas cosas pero la que más me despertaba entusiasmo era la astronomía. Antes solía mirar al cielo encontrando una respuesta en las estrellas, pero ahora que sabía todo sobre ellas era mucho más interesante. Me gustaba observar sobre todo la luna, me recordaba a toda la gente que dejamos en Sevilla esperando a nuestro regreso: padres, madres, hijos, amigos, abuelos…

Muchas melodías silbadas y cantadas por el resto de tripulantes se mezclaba con el sonido de las olas del mar más el olor a brisa marina que era tan común en aquellas aguas cristalinas.

Muchas veces Nico y yo solíamos ver delfines, ballenas y peces cuando nos acercábamos a mirar.

Él se había vuelto muy importante para mí al igual que yo para él. Yo era lo mas importante para él ahora en esa embarcación, pero no lo único que había tenido, su hermano murió hace un año en la batalla de Filipinas junto con Magallanes el ex capitán de la embarcación y el para mí había sido como un padre para mi en el tiempo que llevábamos en la embarcación.

Me daba pena pensar que cuando terminase este viaje perderíamos el contacto porque cada uno debería volver a su vida diaria pero me hacía mucha ilusión que mi madre y mi hermana lo conociesen seguro que les caería bien.

6 de septiembre de 1522:

Pocas personas aguantaban en pie mientras lloraban las penas por la perdida de sus seres queridos.

Miré a mi derecha y allí estaba Nico, llorando desconsoladamente por el aniversario del fallecimiento de sus padres. Todos nos sentíamos devastados haciendo memoria de nuestros recuerdos.

Mas tarde me recompuse y fui a revisar los relojes de arena a los que daban la vuelta todos los días cuando de pronto un grito me sacó de mis pensamientos.

¡Habíamos llegado a tierra! Concretamente a España desde donde partimos la ruta. Nos dijeron que habíamos dado la vuelta al mundo.

¡El mundo entero! Era increíble.

Cuando desembarcamos me abrí paso entre la gente para encontrar a mi familia. Cuando la vi me di cuenta de lo que las había echado de menos.

Me llevaba una experiencia inolvidable. Parecía un sueño haber vivido esta experiencia y saber que había pisado cada trozo del mundo era muy emocionante y un cúmulo de recuerdos que con la brisa del mar vivirían para siempre.

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