El Papa Francisco, durante su reciente viaje apostólico por Asia, hizo escala en el mayor país musulmán del mundo, Indonesia. Los católicos son allí una minoría, aunque en la antigua posesión portuguesa por aquellos lares, Timor, sí está muy arraigado el cristianismo.
Lo que es menos conocido es que el primero que evangelizó aquel inmenso archipiélago fue un español, el jesuita navarro San Francisco Javier, patrón de los misioneros. Podría decirse que, a tenor de los resultados y siendo que los cristianos son allí una minoría, el santo español habría fracasado en su empeño, pero en estas cuestiones, más vale la calidad que la cantidad, y aquellas comunidades cristianas tienen una sincera y profunda fe. De hecho, sienten un gran afecto por quien les llevó la fe de Cristo, Fransiskus Xaverius, dedicando a su memoria innumerables escuelas y parroquias.
El santo navarro llegó a Ambón, en las Islas Molucas, conocidas entonces también como las “islas de la Especiería”, en 1546. Procedía de la india Goa, entonces portuguesa, y de Malaca (actualmente Malasia). Evangelizó a los nativos de la isla de Tenate y luego a los de Tidore, pasando luego dos años por diferentes islas indonesias, y marchando finalmente a Japón, previo paso por Cochín.
Los españoles habían sido los primeros en llegar a Tidore, en 1521, disputando algún tiempo su posesión con los portugueses. Tras la unificación de los dos reinos peninsulares bajo el cetro de Felipe II, pasaron a depender de la Monarquía Hispánica. Sería a partir de 1607, cuando aparecieron los holandeses por aquellos mares, dedicándose durante los tres siglos que duró su presencia allí a perseguir a los “papistas”, a quienes odiaban cerrilmente. Apenas sí se guarda recuerdo de las seis décadas en que el archipiélago estuvo bajo soberanía española – entre 1.606 y 1663 –, aunque sí de la más prolongada presencia de los portugueses en Timor (hoy país independiente, y que conserva buena parte del legado luso, incluido el catolicismo).
Con lo que no consiguieron acabar los protestantes holandeses fue con el cariño que se guarda hacia San Francisco Javier por parte de los católicos de Indonesia. Entre ellos, se mantiene la tradición de que en Baramula (Ceran), un cangrejo devolvió al jesuita navarro un crucifijo que había perdido en una tempestad.
Pese a la persecución de los holandeses a los católicos indonesios, salvo en breves periodos en que se logró pactar con ellos cierta tolerancia (en distintas épocas de presencia portuguesa o cuando Napoleón conquistó Holanda), los fieles a la Iglesia Católica consiguieron prevalecer en islas o lugares como como Tual, Tanimbar, Kei o islotes de las Molucas, donde toda la población es católica, y se consideran herederos de San Francisco Javier.
En la turística isla de Bali, la parroquia está presidida por una gran estatua de San Francisco Javier, a quien en marzo y diciembre, se le rezan todos los años una novena especial.
En la bahía de Ambón, a 2.000 kilómetros de Bali, en el pueblo de Great Hative, junto al mar, la diócesis levantó una estatua del santo navarro en 2014, para indicar su llegada a la isla justo en ese punto. Entre los promotores de la estatua estaba la Unión de sacerdotes diocesanos de Indonesia, que tienen al jesuita español como modelo sacerdotal.
Hay muchos más ejemplos de la devoción que se le tiene al santo entre los católicos indonesios, una parroquia dedicada a él en la actual capital Yakarta, en la isla de Java; así como escuelas de los jesuitas por todo el país, pero también de otros religiosos, como los misioneros menesianos (fundados en el siglo XIX en Bretaña, Hermanos de la Educación Cristiana de Ploërmel), que lo tienen como patrono. Algunos de sus novicios, al adoptar nombre religioso, toman el de Franciscus Xaverius.
En Nusantara la futura capital que sustituirá a Yakarta, los católicos están erigiendo una basílica, y los jesuitas un nuevo colegio, que llevarán el nombre del santo misionero navarro.
Finalmente, en el día de su festividad, el 3 de diciembre, se hacen procesiones, danzas y fiestas en su honor, en docenas de culturas y estilos diferentes. Sin duda, se trata del mejor testimonio de los frutos de los dos años de evangelización que San Francisco Javier pudo dedicar a los nativos de aquel archipiélago.
Jesús Caraballo