El español que venció dos veces a Saladino

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Conrado de Montferrato

Tiro es una posición militar inexpugnable donde las haya, emplazada sobre el litoral, floreciente y rodeada de un riquísimo territorio…

Tiro, noche del 30 de diciembre de 1187

Al clamor de albogones, añafiles, atabales, bocinas, cuernos, trompetas, tambores, chirimías, clarines y sacabuches, Conrado de Monferrato abandona la barbacana y, sorteando arqueros y ballesteros que también han salido a presenciar la batalla naval, cruza el camino de ronda a toda prisa con un hachón en la mano, fija la vista en las oscuras aguas del Mediterráneo, donde una flota de cinco galeras musulmanas, comandadas por Al-Faris Bedran, acaban de ser capturadas por las naves cristianas.

-¡Deo gratias! –aúllan los soldados.

Algunos hombres se abrazan, otros rezan y unos pocos, como Monferrato, se limitan a suspirar de alivio. Ha transcurrido mes y medio desde que Saladino inició el asedio a la ciudad y, contra todo pronóstico, todos los ataques han sido repelidos, tanto por tierra como por mar, aunque tampoco es tan extraño: en aquel castillo hay verdaderos cristianos, dispuestos a morir por la verdadera religión, con una fe inquebrantable en Dios y – al Padre rogando, pero con la espada dando – en soldados de tanta valía como ese castellano, de nombre Sancho Martín, ​mejor conocido como el Caballero Verde debido al llamativo color de su armadura: hombre vigoroso con las armas, dotado de todas las virtudes precisas para la guerra: valeroso, inteligente, mesurado y con aplomo en el consejo, recto en el carácter, justa esperanza para su bando y un rayo ardiente para con los enemigos…, tantas son sus cualidades que la admiración se sucede igual entre cristianos como en musulmanes.

Y tras la noche, se hace la luz. Poco a poco el alba comienza a perfilarse en el horizonte, alumbrando un nuevo amanecer que poco o nada tiene que ver con el anterior. Ayer, hasta el más valiente de los sitiados sentía en la nuca el aliento de la muerte bajo la cimitarra musulmana, pero en este nuevo día todo parece distinto: hoy el sol de la verdadera religión empieza a dominar el cielo, venciendo la oscuridad en la que siempre se mueve la media luna. 

––Y si eso no es un presagio para el inicio de la Tercera Cruzada -se dice -, que venga Dios y lo vea.

EL PERSONAJE

Poco se sabe de Sancho Martín más allá de unos pocos datos: originario de Qastila, según testimoniaban los musulmanes, no se conocía su existencia hasta su aparición en Tierra Santa en el año 1187, justo después de que los sarracenos tomaran Jerusalén.

Aún fresca la sangre derramada en los Cuernos de Hattin , al oeste del lago Tiberiades, el sultán Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb,  más conocido en Occidente como Saladino, (Tikrit, 1137-Damasco, 1193), señor ayyubí de Egipto, Siria, Palestina, Mesopotamia, Yemen, Hiyaz y Libia, había logrado rendir plazas tan emblemáticas para el cristianismo como Acre, Jerusalén y Jaffa, quedando tan solo unos pocos baluartes de la costa siria bajo el estandarte de la cruz, como Tiro. Sería allí donde la casualidad, o quizás Dios mismo, quiso que don Martín y su armadura de color verde con yelmo coronado por una cornamenta de ciervo, ofreciera su espada y valor a Conrado de Monferrato para defender uno de los últimos enclaves estratégicos que aún no habían caído en manos musulmanas.

TIRO

El 2 de noviembre de 1187, las tropas de Saladino iniciaron un asedio a la ciudad portuaria de Tiro. A cargo de la defensa cristiana se encontraba el marqués de Monferrato, un hombre capaz, valiente y decidido que, previendo un inminente ataque, ordenó cavar una zanja para cortar el istmo que unía la población al continente, al tiempo que aseguraba el suministro de agua merced a un acueducto de sólida construcción y a algunas fuentes submarinas de agua dulce.

Por aquel entonces, Tiro disponía de dos puertas, una que permitía el acceso terrestre, protegida por varios lienzos de muralla, y otra por la que se accedía desde el mar, rodeando la ciudad por tres de sus costados y flanqueada por dos torres unidas por una cadena con la que se regulaba el acceso de las naves al puerto.

Aunque el enemigo era temible, el marqués contaba con hombres valientes bajo su mando, dispuestos a matar a dos manos y morir de pie, como Renato de šaqīf, quien logró dilatar engañosamente con sus parlamentos a Saladino para dar tiempo a que Monferrato abaluartara la ciudad; y luego tenemos al personaje de nuestro artículo: Sancho Martín, el Caballero Verde, protagonista principal de varios ataques por sorpresa contra el ejército ayyūbí, tan furibundas – la sangre mora corría como torrentes al mar – que causaron gran impacto en los dos bandos, animando a unos a resistir y desalentando a los otros en su intención de tomar rápidamente la ciudad.

E non pasaba dia que non saliesen los de la cibdad fuera á las barreras dos veces é tres con un caballero de Espanna que era en la cibdad é aducía las armas verdes, é cuando aquel caballero salía fuera, todos los turcos de la hueste se arrebataban (…). Los turcos lo llamaron el Caballero Verde. Llevaba una cornamenta de ciervo sobre el yelmo.

Guillermo de Tiro, Historia de Ultramar, con continuación hasta 1275

Las escabechinas debieron ser tan importantes que Saladino, poco acostumbrado a sufrir aquellas afrentas, montó en cólera. Decidido a acabar con los rebeldes, el sultán envió un emisario exigiendo la capitulación de Monferrato, pero el marqués, hombre de cuajo, se negó en redondo:

         “…Nunca os daría a Sur (Tiro), antes pararía a defenderla muy bien, con la merced de Dios”.

Ante esa rotunda negativa, el sultán ordenó reforzar el asedio por mar y tierra. Al día siguiente, catorce mangoneles procedentes de Acre rodearon el puerto y nuevas torres móviles, manteletes y otras máquinas de sitio reforzaron la presión. Como respuesta al asedio, don Conrado, quizás aconsejado por el Caballero Verde, buen conocedor de las tácticas de guerra musulmanas tras tantos años peleando en la Península Ibérica, mandó construir barbotas con saeteras de gran movilidad que causaron gran destrozo entre la pesada flota enemiga.

Pasaban las semanas y Tiro resistía, para desesperación de Saladino. En todo ese tiempo no había ganado ni un palmo de tierra ni parecía que fuera a lograrlo, pues aún no se habían recuperado del último ataque cuando llegaron noticias de la llegada de la flota de Guillermo “El Bueno”, rey de las Dos Sicilias, con doscientos caballeros de gran experiencia en combatir a los musulmanes, adquirida en las guerras del Norte de África.

Tiro no solo resistía, sino que se reforzaba. Así, el 1 de enero de 1188, dos días después de que cuatro de sus galeras fueran apresadas en un combate naval, Saladino ordenó levantar el sitio.

UNA NUEVA VICTORIA

Con el fin del asedio, Tiro estaba a salvo, pero los peligros para los baluartes cristianos no habían terminado. Adivinando la intención de Saladino, el marqués de Monferrato aconsejó socorrer Trípoli del Oriente, otro punto estratégico de la zona.

Se da por cierto que junto al ejército cristiano iba el Caballero Verde, al cual se le otorgó el mando de las mesnadas en combate.  Bien nos podemos imaginar que cuando los sarracenos se encontraron con aquel demonio verde en el campo de batalla matando mucho y bien, volvieron a acechar entre las tropas musulmanas los viejos fantasmas de Tiro, hasta el punto de que los altos mandos del ejército ayyubíes se vieron obligados a dar traslado de la noticia de la presencia de Martín al mismísimo a Saladino. Cuando se enteró de la presencia del de Qastila, el sultán, el mismo que había conseguido unificar el Islam, reconquistar Jerusalén y apresar reyes, el militar que había sometido ejércitos enteros y ejecutado a miles de templarios, decidió entrevistarse con aquel guerrero que tanta fama había ganado en el campo de batalla, pues Saladino era un hombre al que le gustaban los valientes, rezaran a quien rezaran,

Después de que hubieran llegado (a Trípoli) y descansado un poco, hicieron una salida contra el campamento sarraceno, y el Caballero Verde los comandaba. Cuando los sarracenos lo vieron y comunicaron a Saladino que estaba allí, este le envió un mensajero rogándole que le visitara bajo la garantía de su salvoconducto. Él fue y Saladino se contentó mucho con ello y le presentó un caballo, oro y plata y le recibió con grandes aspavientos (…); le dijo que si decidía permanecer (en Tierra Santa) él le daría grandes extensiones de tierra. Él contestó que no había venido para vivir con los sarracenos, sino para poner todo su empeño en destruirlos y lastimarlos tanto como pudiera. Después se despidió y volvió a Trípoli.

Cuenta la leyenda que Saladino propuso a Martín convertirse al islam y que hasta le ofreció a una de sus hijas para que la desposara. La respuesta no quedó escrita, pero debió ser más o menos con estas palabras:

— Ya hablaremos de capitulación después de muertos. Mientras tanto, venga vuestra merced cuando guste a Trípoli, que allí les aguardamos mi espada y yo.

Para la Historia quedará que finalmente Saladino hubo de retirarse y Trípoli siguió siendo cristiana durante cien años más.

FUESE Y NO HUBO NADA

Después de tan singular encuentro, no ha llegado hasta nuestros días noticia alguna de Sancho Martín. Puede que muriera defendiendo la verdadera fe en aquellas lejanas tierras de Oriente, o a lo mejor regresó a España, donde no le faltaría faena. O quién sabe, tal vez acabó peregrinando a Santiago de Compostela para hacer una ofrenda al apóstol y se quedó a habitar en alguna zona boscosa dedicado a la tarea de defender a los peregrinos de los peligros del Camino. De hecho, si cerramos los ojos, quizás podamos escuchar todavía el eco de los gritos de pánico de aquellos asaltantes y bandidos que, infelices, fueron pasados a cuchillo por un extraño ser de piel verdosa como la esmeralda y con unos cuernos sobre la cabeza que, más que un hombre, los pocos supervivientes a su furia, solo sabrían describir como un ser nacido del embrujo de alguna meiga.

Ricardo Aller Hernández

BIBLIOGRAFÍA

El Caballero Verde.  Javier Lorenzo. Editorial Algaida.

elmundo.es/crónica. El Caballero Verde.

elespanol.com/cultura/historia/20200924/caballero-verde-hispano-tercera-cruzada-vencio-saladin

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