LA AVELLANEDA O LA PERLA PEREGRINA

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Gertrudis Gómez de Avellaneda nació en Puerto Príncipe, Cuba, el 23 de marzo de 1814. Desde los veintidós años residió en la península. Por aquella década Cuba seguía formando parte de España, pero empezaba a reclamar representación de sus diputados en las Cortes. La Avellaneda fue novelista, poetisa y dramaturga de éxito, por lo que a día de hoy tanto Cuba como España la reclaman como suya. A pesar de su ascendencia cubano-española hay quien la circunscribe por los temas que trata en el marco de los precursores de la novela hispanoamericana.

Su novela Sab de temática anti esclavista, editada en 1841 fue censurada en Cuba, por lo que no pudo saborearla en el momento debido y es anterior en el tiempo a La cabaña del tío Tom, también de corte esclavista. Sea La Peregrina considerada cubana de nacimiento o española de origen, nadie duda en situarla con su voz dulce y femenina en el punto de partida del feminismo moderno, más aún desde que escribió Dos mujeres en donde apoyaba sin tapujos el divorcio como solución a las uniones no deseadas.

El padre de Gertrudis era un oficial naval español y su madre era una mujer de origen criollo y acaudalado con antepasados en el País Vasco y Gran Canaria. A los quince años su abuelo quería arreglar su matrimonio con un rico pariente lejano, algo a lo que Gertrudis se opuso y motivo por el cual fue desheredada por él. Al morir su padre su madre contrajo matrimonio de nuevo y su padrastro decidió trasladarse con toda la familia a la península.

El desgarro existencial que le produjo aquel éxodo lo dejó reflejado en su poema Al partir: “Adiós patria feliz”. Tras permanecer un tiempo en Burdeos la familia marchó a La Coruña donde la escritora redactó sus primeras composiciones poéticas, algo que no agradó a la que sería su primera pareja sentimental, Ricafort. Allí en Galicia sería criticada por no saber cocinar, planchar y hacer calceta, labores propias de su sexo. Sus familiares acabarían aceptando su vocación y denominándola La Doctora por su exquisita erudición.

Tiempo después Gertrudis publicó una colección de versos en Cádiz y en Sevilla bajo el seudónimo de La Peregrina, aunque esta nueva viajera del mundo antiguo diría que su mayor pasión era el teatro, aunque al principio su madre le prohibía escribir obras dramáticas.

En 1839 Gertrudis conoció a Ignacio Cepeda, para muchos su primer y único amor, aunque no alejado de tormentos, un amor que años después vería la luz en forma de cartas que le escribía la joven criolla y que fueron publicadas a la muerte de su destinatario. “Solo el amor le negó su premio sabroso” dirían algunos que la conocieron de cerca. Su obra de teatro Alfonso Munio tuvo un éxito apoteósico y hasta la reina Isabel II acudía como público a disfrutar de sus obras llegando Gertrudis a alcanzar a la reina en fama y notoriedad.

Cuando conoció después al poeta Gabriel García Tassara, él sintió desagrado por su exceso de arrogancia y coquetería, pero ella llevaba a gala retar a las apariencias y a los convencionalismos sociales, hasta el punto de que en 1847 se encontró embarazada de Tassara y soltera en Madrid. A los nueve meses de nacer su hija ésta murió sin que la que había sido su última pareja la reconociera como hija.

Dos años antes, en 1845, había obtenido el premio del Liceo Artístico y Literario de Madrid y después de aquello contraería matrimonio con Pedro Sabater, Gobernador Civil de Madrid que estaba gravemente enfermo y que murió en Burdeos. Tras su muerte ella se recluyó por un tiempo en el convento.

Los éxitos literarios de la autora se sumaban a las desgracias personales y la escritora era cada vez mejor acogida por los críticos literarios. Su amigo Juan Nicasio Gallego pronto falleció. Se trataba de su maestro incondicional en el mundo literario y del antecesor del sillón que Gertrudis anhelaba ocupar en la Real Academia Española, pero finalmente esta butaca sería ocupada por un hombre dada la actitud todavía misógina de sus miembros que recelaban de la incorporación de la mujer a aquella institución. Su carácter rebelde y su defensa de los ideales femeninos afectaban su ingreso en la RAE de la Lengua, aunque ella se afanaba en querer pensar que España “no sería un anatema el ser mujer de alguna instrucción”.

En 1856 Gertrudis se casó con un político influyente, Domingo Verdugo, que acabaría siendo víctima de los éxitos teatrales de su mujer. En 1858 Antonio Ribera le hirió de gravedad tras una acalorada discusión que tenía que ver con el estreno de Los tres amores en el teatro, en la cual en el momento culminante de la obra se lanzó un gato al escenario, se suspendió la función y el marido le señaló a este señor como culpable del incidente, motivo por el cual éste le agredió.

En 1854 la pareja se aparta del mundo físico en el que vive, viaja a Cuba a ver si el clima tropical restaña las heridas del esposo y recuperan la tranquilidad del espíritu: “No tengo de qué avergonzarme delante de Dios y delante de los hombres”, dirá antes de partir. En ese tiempo en la isla será agasajada por sus compatriotas tras veintitrés años de marcada ausencia.

Una fiesta en el Liceo de la Habana donde se la coronó con laureles fue buena prueba de ello acompañada de la poetisa Luisa Pérez de Zambrana. Desde entonces sería considerada poetisa nacional por su amor a Cuba, -su dulce patria y el tranquilo edén de su infancia- aunque en España había mujeres que preferían denominarse poetas antes que poetisas como si el término femenino fuese algo menos estimable. Aquello le abrió nuevos caminos como fueron la edición del Álbum cubano de lo bueno y lo bello dirigido a un público femenino. En 1863 falleció su marido y aquello acentuó su devoción religiosa y espiritualidad. En 1864 regresó a la península, a Madrid. Murió a los 58 años y fue enterrada junto a su hermano en el Cementerio de San Fernando en Sevilla.

Gertrudis fue pionera en sus escritos en analizar sin tapujos los estados emocionales de la mujer en sus experiencias amorosas no correspondidas, sin edulcorar sus vivencias a modo de ficción. Su poesía cada vez más religiosa venía a demostrar su vacío espiritual y el anhelo interior insatisfecho por sus desgracias personales. Con su obra de teatro Baltasar describió el mal romántico del siglo XIX: la melancolía, que seguro reflejaba la infelicidad de su vida privada y la falta de libertad de las mujeres para abordar determinados temas que no fuesen diarios, epístolas y composiciones líricas.

Gertrudis dio voz a la mujer y la ayudó a salir del rol casi inexistente que tenía por entonces en la sociedad, en su ánimo de rebelarse frente a los convencionalismos sociales. Para ello necesitó gozar del reconocimiento de los hombres más sabios de su tiempo y muchos vieron pensamientos varoniles en sus versos. José Zorrilla la guió como una hermana más, como un verdadero compañero y dijo de ella que “tenía alma de hombre con envoltura de mujer” bajo pretexto de que de este modo su obra fuera aceptada. Las artes no podían ser patrimonio de un único sexo y las mujeres se sentían en la necesidad de expresarse igual que los hombres lejos del dedal y la aguja. Las mujeres del Romanticismo lograron en las tertulias encontrar hombres que las ayudasen, que las entendiesen y que fueran verdaderos cómplices de sus sueños. Las mujeres podían expresarse en las reuniones porque los hombres participaban de ellas y conocían sus cualidades, pero muchos de sus deseos seguían siendo incompatibles con el modelo de mujer virtuosa de la época.

Eran momentos de cambio político y social en la nación y la consolidación liberal se antojaba traumática con tanto pronunciamiento militar e intrigas palaciegas. Isabel II ávida de nuevas formas liberales de expresión enseguida sintonizó con La Avellaneda y no había reunión donde su nombre pasara desapercibido por el apoyo incondicional que le brindaba la reina. Cuando viaja a Cuba La Avellaneda porta el mensaje de Isabel II que decía a los cubanos “lo mucho que los quería y que acaso algún día iría a verlos”, palabras que se hicieron realidad con la visita de su hija, la Infanta Eulalia. La Avellaneda había sido la gloria de Madrid y los poetas acudirían a su último adiós pero en su entierro no hubo demasiada gente. La Avellaneda sufrió en vida una doble marginalidad, por ser mujer y por ser de origen criollo.

Después José Martí la excluiría de la literatura cubana escrita por mujeres y la haría desaparecer del imaginario literario cubano alegando que no había rastro de mujer en su obra. Por entonces en Cuba seguía prevaleciendo el rol del ángel de hogar y se reverenciaba el sentido de la maternidad, sin más aspiraciones ni necesidades intelectuales. Para la autora las mujeres tenían pleno derecho de forjarse un destino propio y desligarse de las pretensiones de los hombres y de las expectativas que había depositadas en su figura maternal. Las mujeres como los esclavos eran sumisas, pues era la virtud que se esperaba de ellas por lo que arrastraban su cadena en sentido figurado y bajaban la cabeza bajo el yugo de las leyes humanas.

La Avellaneda recibió influencias de Madame Stäel y de George Sand y defendió la emancipación de la mujer en la prensa feminista y femenina de la época. Su Álbum estaba destinado a las mujeres de La Habana. Gertrudis no pensaba como el común de las mujeres y el célebre concurso del Liceo de 1845 lo ganó con un seudónimo masculino. Ella quería reivindicar el derecho de las mujeres a ser reconocidas y respetadas intelectualmente, pero al mismo tiempo quería reflejar la imagen de una mujer no estaba exenta de sentimientos: una mujer que ama, que sufre, que llora, que canta, que se rebela y que grita pues quiere expresarse y poder así despertar la conciencia sobre su emancipación.

Su fama no le proporcionó los medios para encontrar una estabilidad económica y personal como solía ocurrir con los hombres de letras ya reconocidos. El mérito y el talento seguían siendo cualidades masculinas y ella seguía defendiendo el derecho de las mujeres a ser juzgadas por sus creaciones y no por su sexo. La burla o desaprobación de las mujeres que apostaron por la carrera literaria fue en ese momento bastante considerable y ello refuerza la valentía que demostraron siendo ajenas a las críticas.

Gertrudis se pasó su vida explorando la femineidad y la nacionalidad y queriendo hacer carrera en un terreno de hombres. Hasta 1912 no volvería otra candidatura de mujer a la RAE, Emilia Pardo Bazán, siendo Carmen Conde la primera mujer a la que le permitieron la entrada y ocupar la silla K en 1978. Tras ella llegaron otras mujeres de las que nadie cuestionó ya su carrera en el mundo de las letras y que ya habían logrado superar los prejuicios y convencionalismos, algo que les permitía tener una vida propia, inquietudes intelectuales y una carrera profesional acorde a su formación.

Inés Ceballos

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