JAIME I RECONQUISTA LA CIUDAD DE MURCIA (3 febrero de 1266)

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Rey Jaime I de Aragón

A mediados del verano de 1262, los musulmanes de la Baja Andalucía se rebelaron contra la Castilla de Alfonso X, quejosos tales mudéjares de la política seguida por el rey en cuanto establecía la reubicación forzosa en sus tierras de nuevos pobladores cristianos.

A tal revuelta iniciada en Jerez de la Frontera, también ayudó Muhammad I de Granada quién, renunciando a la lealtad a Castilla, atacó múltiples castillos y poblaciones cristianas. Murcia, con sus pobladores mudéjares, vasalla semi independiente de Castilla, también se unió a dicha revuelta, expulsando a las tropas castellanas de su alcázar y prestando Al-Wathiq lealtad a Muhmmad I, llegando incluso éste a enviar a Abdallah ibn Ali a conquistar la ciudad antes de que se instaurará en ella el dicho Al-Wathiq. Obviamente todo ello no fue en absoluto del agrado del rey castellano, yerno de Jaime I de Aragón, por matrimonio con su hija Violante de Aragón. Solicitó, pues, Alfonso ayuda de su suegro, el cual logró de las Cortes catalanas una subida de impuestos para sufragar los gastos de la empresa, sin que sucediese lo mismo con las Cortes de Aragón. Fue el Papa Clemente IV quién permitió a Jaime I cobrar el diezmo de sus dominios durante tres años para financiar la cruzada. El infante Pedro, futuro Pedro III de Aragón, fue el que emprendió en el verano de 1265 las primeras incursiones contra los mudéjares rebeldes.

Jaime I a finales de octubre de 1265, inició su marcha desde Valencia, tomando en su recorrido múltiples poblaciones murcianas e incluso derrotando a unos refuerzos enviados por el emirato de Granada. Villena, Elda, Petrel y Orihuela se rindieron con la condición de que se respetase su fe y sus propiedades.

En diciembre de 1265 se reunió con Alfonso X para coordinar el ataque contra la ciudad, capital de la Taifa murciana. Desde Orihuela, Jaime I marchó contra Murcia, iniciando el asedio el 2 de enero del siguiente año. La superioridad cristiana, junto con el fracaso de la ayuda granadina y la imposibilidad de recibir refuerzos, obligaron a los defensores de la ciudad a pedir condiciones de rendición. La diplomacia y el saber hacer de Jaime I entraron en escena. El buen rey Jaime ofreció a los musulmanes solicitar de Alfonso X que se aviniera a restaurar los derechos de autogobierno bajo el vasallaje, que los musulmanes pudiesen seguir practicando su fe y mantuviesen sus propiedades. Los musulmanes aceptaron tan ventajosas condiciones, aunque reclamando no la simple oferta del rey aragonés sino un acuerdo firmado del rey castellano. Es decir, no deseaban promesas sino seguridades. Sin embargo, Jaime I se negó a hacer petición y entrega de ningún acuerdo del rey castellano sin que previamente se produjese la rendición de la ciudad.

Efectivamente, la ciudad se rindió el 31 de enero de 1266. El rey aragonés, levantados sus pendones y estandartes en la ciudad, entró en ella el día 3 de febrero, aceptando con toda solemnidad la rendición de la ciudad de manos de Al -Wathiq, para luego arrodillarse, besar el suelo y dar gracias a Dios por la victoria.

Los acontecimientos que siguieron significaron la ocupación del alcázar, así como de la mezquita que se hallaba junto a la fortaleza. Ante las quejas de los musulmanes, Jaime I les replicó que había otras diez mezquitas, y que el sonar de las campanas llamando a oración de la que estaba tan cerca del alcázar le desagradaba. Los musulmanes cedieron y Jaime I transformó la mezquita en una iglesia con dedicación  a la Virgen María. El 23 de junio la ciudad y sus pobladores renovaron formalmente su lealtad y vasallaje a Alfonso X, rey de Castilla, no sin antes pedir perdón por su insurrección.

La iglesia Mayor de la Virgen Maria, con la intervención de Sancho IV y el traslado de la sede episcopal de Cartagena a la ciudad de Murcia, por motivos de seguridad,  fue convertida en Catedral en el año 1291, es decir, trascurridos ya veinticinco años de la reconquista de la capital de la Taifa murciana por el rey aragonés, conocido como el Conquistador.

Francisco Gilet

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