Pedro Calderón de la Barca (y III)

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Nos adentramos en el final de esta esplendorosa vida. Habiendo estrenado en 1649 El Gran Teatro del Mundo, el 11 de ocubre del año siguiente Calderón ingresa como terciario de la orden de san Francisco. Pero ello no significa que disminuya la creación literaria de don Pedro. Al contrario, ese mismo año estrena El Alcalde de Zalamea, bajo el título de El garrote más bien dado, para, en 1652, representarse en el Coliseo del Buen Retiro La fiera, el rayo y la fiera. A partir de tales tiempos, sin abandonar las comedias, su empeño fue especial en la redacción de autos sacramentales, donde conjugó su amor por la pintura y sus ansias teológicas.  De ese tiempo son las canciones que le encarga el Cardenal Baltasar Moscoso y Sandoval, glosando la inscripción Canta y Calla que se lee sobre las puertas del coro de la catedral toledana.

El panorama que se nos presenta en esta mitad de siglo es sombrío. El 6 de octubre de 1644 fallece la reina Isabel; a los dos años fallecía el heredero Baltasar Carlos, con el subsiguiente incremento en la melancolía y desasosiego del monarca Felipe IV. Y, para mayor congoja, también la muerte visitó a la familia de Calderón. Su querido hermano menor José, general de campo, falleció en junio de 1645, en defensa del puente de Camarassa sobre el rio Segre. Al haber peleado con tanto esfuerzo su cuerpo quedó hecho pedazos en el campo de batalla. Dos años después, fallecía su otro hermano y también camarada Diego. Cerrados los teatros por los fallecimientos reales, don Pedro tuvo que solicitar y obtener la generosidad del duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, el cual no solamente le dio hospedaje, sino que le colocó como secretario de su palacio en Alba de Tormes, en el cual se mantuvo hasta el verano de 1649. Aunque ello no le impedía viajar a Madrid para estrenar autos sacramentales como La humildad coronada de las plantas.

Llegado el segundo matrimonio del monarca con su sobrina la austríaca Mariana, corre el rumor que atribuye a don Pedro la autoría de un libro de 118 páginas, titulado Noticia de la entrada de la reina nuestra señora en Madrid. Con su llegada, se abrieron los teatros y una cuarta etapa en la obra de Calderón, quién ese mismo año, en noviembre, estrena Guárdate del agua mansa.

 Una serie de circunstancias personales, entre las cuales no estaban ausentes los problemas económicos, le impulsan a dar cumplimiento a la voluntad de su padre y acepta el legado de la abuena materna, ordenándose sacerdote en 1651, al tiempo que solicita y no se le concede, una capellanía real en los Reyes Nuevos de Toledo. La negativa se fundamentaba, precisamente, en su actividad teatral. La respuesta no se hizo esperar; “juzgué siempre que el hacer versos era una gala del alma o agilidad del entendimiento que ni alzaba ni bajaba los sujetos […], sin presumir que pudiera nunca obstar ni deslucir la mediana sangre en que Dios fue servido que naciese”. No será hasta 1653 cuando tome posesión de dicha capellanía, alternando estancias en Madrid y en Toledo, en casa de su hermana Dorotea.

En 1661, cuando el nacimiento del futuro Carlos II, se representó Apolo y Climene, así como El hijo del sol con alusiones al hijo bastardo del rey, Juan José de Austria: igualmente subieron a los escenarios En esta vida todo es verdad y todo mentira y Ni de amor se libra el amor. Muchas de estas obras mitológicas reúnen una serie de rasgos que conviene destacar. Además de sus sutiles críticas, sugerencias, propuestas y de su juego sensual, buscaban la expresión de un arte total, donde se diesen cita en las apariencias y el escenario, arquitectura, jardinería, escultura, pintura, baile, la muy presente música, luz, paisaje, movimiento, vestuario y efectos. Todo ello presidido por el mensaje de la palabra, preocupación intelectual y reflexiva olvidada luego por la ópera y el gran espectáculo en la cultura occidental.

 Una serie de circunstancias personales, entre las cuales no estaban ausentes los problemas económicos, le impulsan a dar cumplimiento a la voluntad de su padre y acepta el legado de la abuena materna, ordenándose sacerdote en 1651, al tiempo que solicita y no se le concede, una capellanía real en los Reyes Nuevos de Toledo. La negativa se fundamentaba, precisamente, en su actividad teatral. La respuesta no se hizo esperar; “juzgué siempre que el hacer versos era una gala del alma o agilidad del entendimiento que ni alzaba ni bajaba los sujetos […], sin presumir que pudiera nunca obstar ni deslucir la mediana sangre en que Dios fue servido que naciese”. No será hasta 1653 cuando tome posesión de dicha capellanía, alternando estancias en Madrid y en Toledo, en casa de su hermana Dorotea.

En 1661, cuando el nacimiento del futuro Carlos II, se representó Apolo y Climene, así como El hijo del sol con alusiones al hijo bastardo del rey, Juan José de Austria: igualmente subieron a los escenarios En esta vida todo es verdad y todo mentira y Ni de amor se libra el amor.

Quién por sus contemporáneos fue llamado monstruo de los ingenios,  produjo dos docenas de juguetes cómicos, cuyas representaciones iban precedidas de loas, mojigatas, bailes, jácaras y sainetes. No gozaron de mucho predicamento entre el público y quizás por ello la mayoría han caído en el olvido. Solamente perviven en la memoria Las visiones de la muerte, la Jácara de Mellado y los entremeses El sacristán mujer, El dragoncillo y El desafío de Juan Rana.

Felipe IV, dos años antes de su muerte, distinguió al dramaturgo con el nombramiento de capellán real. Vamos hacia la última etapa en la vida y obra de don Pedro, que nos llevará a su enfrentamiento con la Inquisición por algunos pasajes de su auto Las órdenes militares en 1622, incluida su puesta en escena, aunque años después se levantó dicha prohibición. Pero no con la Protestación de la fe, en 1656, relativa a la conversión de la reina de Suecia, Cristina. En 1677, don Pedro da a la imprenta su primer tomo de los autos sacramentales, con el adorno de un bello prólogo. El tercero en 1664, el cuarto en 1672 y 1674, que incluye una relación de las obras que se le atribuían falsamente. Por último, una quinta parte recogió las comedias, aún en vida del autor.

En 1680, con motivo de la boda del rey Carlos II con María Luisa de Orleans, estrenó su última comedia, Hado y Divisa de Leonido y de Marfisa, que provocó la queja de la reina al alegar que no entendìa el lenguaje del autor. Fue un gran espectáculo que costó a las arcas reales ochenta mil ducados. Calderón acudió a los ensayos desde el 4 de febrero hasta el 3 de marzo, para supervisar la sincronización de palabras con efectos escénicos. Dicho trayecto, desde la calle Mayor, donde vivía, hasta el Coliseo del Buen Retiro, lo hacía en el coche que se le enviaba, lo cual le permitía al cochero cobrar 44 reales por viaje.

En mayo de 1681, terminó el auto Amar y ser amado, percibiendo, solamente por el texto introductorio, 5.000 reales. Permaneció en cartel veintiuno días seguidos, aparte las representaciones para la corte, hecho inhabitual en aquellos tiempos.

El 20 de mayo del dicho 1681 Calderón redactó su testamento, al sentirse indispuesto. El domingo 25 de mayo le invadió una gran congoja, para fallecer a las doce y media. Toda la ceremonia de su entierro la dejó escrita.  Fue su última representación, al recorrer su féretro, descubierto, el trayecto desde su casa hasta la cercana parroquia de san Salvador. Todo el recorrido se vio acompañado de una sincera manifestación de dolor y duelo por parte del pueblo madrileño ante la desaparición del aclamado gran dramaturgo. Los restos de don Pedro reposaron en un nicho de la capilla de san José de dicha parroquia durante 160 años.

Después fueron objeto de cinco traslados, en los años 1841, 1869, 1874, 1880 y 1902, siempre con gran solemnidad, ovaciones populares, poemas, participación de altas autoridades y tropas y hasta, en la ocasión del Sexenio Revolucionario, una salva de cien cañonazos. Quedaron, al fin, en la iglesia de San Pedro, al norte de la glorieta de San Bernardo.

En los graves desórdenes y destrozos de la Guerra Civil de 1936, por parte de los milicianos fue profanada la sepultura de Calderón de la Barca y ocultados sus restos en lugar desconocido por parte de los profanadores, nada amantes de la cultura y sí ahitos de anticlericalismo.

Pedro Calderón de la Barca compuso, en total, más de ciento diez obras dramáticas extensas, y cerca de ochenta autos sacramentales y un número indeterminado de piezas cortas.

La bibliografía dedicada a Calderón, en todas sus vertientes, dramaturgo o escritor o decorador, se extiende a varios millares de títulos, en varios siglos y muy diversas lenguas y países. Constituye por si misma, pues, una rama de los estudios de la literatura, a los cuales desea animar esta sucinta exposición de su vida y obra.

Francisco Gilet.

Bibliografia.

C. Pérez Pastor, Documentos para la biografía de D. Pedro Calderón de la Barca, Madrid,

M. Querol, La música en el teatro de Calderón

A. Egido, El gran teatro de Calderón, Personajes, temas, escenografía

Pedraza Jiménez, Calderón. Vida y teatro, Madrid, Alianza Editorial, 2000.

 J. Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, Estudios calderonianos, Madrid, Real Academia de la Historia, 2000;

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